domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Tres I

El Laberinto

Esa noche sueño con Peter, ambos cabalgando a Midas en el bosque. Estoy sentada detrás de él, mis piernas presionadas contra las suyas mientras su caballo se mueve debajo de nosotros, mis brazos envueltos débilmente alrededor de su pecho. Mi cabeza está llena del olor del pino, del caballo y de Peter. Estoy completamente relajada, disfrutando del sol en mis hombros, la briza en mi cabello, la sensación de su cuerpo contra el mío. Él es caliente, bueno y fuerte. Es mío. Me inclino contra él, presiono un beso en su hombro a través de su camisa azul pálido.
Él se voltea a decirme algo y el ala de su sombrero me golpea en la cara. Estoy sorprendida; pierdo mi equilibrio y casi me caigo del caballo, pero él me endereza. Se quita su sombrero, me mira con su cabello castaño desordenado, ojos grises, y ríe roncamente, lo que hace que me dé escalofríos.
—Esto no está funcionando. —Coloca el sombrero en mi cabeza y sonríe—. Ahí está, mucho mejor en ti—. Inclina su cara para besarme. Sus labios ligeramente agrietados pero gentiles, tiernos en mí. Su mente llena de amor.
En este momento sé que estoy soñando. Sé que no es real. Ya puedo sentirme a mí misma despertándome. No quiero despertar, pienso. Aún no.
Abro mis ojos. Aún está oscuro, una lámpara afuera enviando una luz a través de nuestra ventana abierta. Estoy llena de un extraño sentimiento, casi como un deja vú. El edificio está extrañamente silencioso, así que sé, sin mirar el reloj, que debe ser bastante tarde, o temprano, dependiendo desde donde lo mires.
El sueño es injusto, pienso. Especialmente desde que la pasé tan bien con Thiago esta mañana, cuando nos pusimos a volar en un descampado. Me siento conectada a él, como si finalmente estoy donde se supone que debería de estar. Me siento bien.
Sueño idiota. Mi estúpida subconsciencia se está rehusando a enfrentar los hechos: Peter y yo ya terminamos. Finalizamos.
Cerebro idiota el mío. Idiota corazón.
Hay un sonido ligero, tan pequeño que por un momento creo haberla imaginado. Me siento, escuchando. Luego suena de nuevo. Me doy cuenta que fue ese pequeño golpe en la puerta lo que me despertó. Camino hacia la puerta en puntas de pie y la abro, miro de reojo hacia el pasillo.
Mi hermano está afuera.
—¡Stefano! —jadeo.
Probablemente debería tomar las cosas con calma, pero no puedo. Lanzo mis brazos a su alrededor. En se aturde sorprendido, sus músculos tensados, pero finalmente coloca sus manos en mi espalda y se relaja. Se siente tan bien ser capaz de abrazarlo, saber que está bien, a salvo y sin daños.
—¿Qué estás haciendo aquí? —pregunto, después de un minuto—. ¿Cómo me encontraste?
—¿Crees que no podría llegar a rastrearte? —dice—. Creí haberte visto ahora, y supongo que te extraño.
Me alejo apenas para mirarlo. Se ve más grande, de alguna manera. Más alto, pero delgado. Mayor.
Lo agarro por el brazo y lo llevo hacia el primer piso, la lavandería, donde podemos hablar sin despertar a nadie.
—¿Dónde has estado? —demando.
—Por ahí. ¡Oye! —agrega cuando lo golpeo en el hombro.
—¡Pequeño desconsiderado! —grito, golpeándolo más fuerte—. ¿Cómo pudiste irte así? ¿Tienes idea de lo preocupada que hemos estado?
—¿Quiénes son “nosotros”?  —pregunta.
—¡Yo, idiota! Y Emi, y Papá…
Sacude su cabeza.
—Papá no se preocupa por mí —dice y en sus ojos veo el enojo contra Papá, por no estar ahí cuando éramos niños, por mentir, por todo.
—¿Dónde has estado, Stefano? —pregunto calmadamente, tocando su brazo helado.
—He estado haciendo mis propias cosas.
—Podrías habernos dicho a dónde estabas yendo. Podrías haber llamado.
—¿Para qué? ¿Para qué así pudieses convencerme de ser un pequeño niño bueno?
Hay un minuto de silencio.
—¿Estás yendo al colegio? —agrego finalmente.
—¿Por qué haría eso?
—¿Así que no planeas graduarte?
—¿Para qué? ¿Así puedo entrar a una lujosa universidad como Stanford? Graduarme, conseguir un trabajo a tiempo completo, casarme, comprar una casa, un perro, tener un par de hijos… ¿cómo serán nuestros hijos de todos modos? ¿Treintaisiete por ciento ángeles de sangre? ¿Y vivir el sueño americano?
—Si es lo que quieres.
—No es lo que quiero —dice—. Eso lo hacen los humanos, Mar. Yo no soy uno.
—Sí, lo eres.
—Sólo soy un cuarto de humano.
Cruzo mis brazos sobre mi pecho, tiemblo aunque no es el frío.
—Stefano —digo—. Simplemente no podemos correr de nuestros problemas.
Se aleja hacia la puerta.
—Fue un error venir aquí —murmura.
—Espera —digo, cogiendo su brazo.
—Déjame, Mar. Estoy cansado de jugar. He terminado con todo. No voy a tener a nadie más diciéndome qué hacer, nunca más. Voy a hacer lo que quiero.
—¡Lo siento! —Me detengo, respiro—. Lo siento. —Intento de nuevo, más calmada—. Tienes razón. No es mi lugar el decirte qué hacer. No soy…
Mamá, pienso, pero la palabra no sale. Suelto su brazo y retrocedo un par de pasos.
—Lo siento —repito.
Me mira con dureza por un minuto como si estuviera decidiendo cuánto decirme.
—Estoy bien Mar, ¿de acuerdo? Por eso vine aquí, a decírtelo. No tienes que preocuparte, estoy bien.
—De acuerdo —murmuro, mi voz delgada—. Stefano…
—Tengo que regresar.
—¿Necesitas dinero?
—No. —Pero aún así espera a que vaya a mi habitación y recoja mi billetera.
—Sí necesitas algo, llámame —le ordeno—. En serio.
—¿Para qué? ¿Para qué me ordenes? —dice, pero se nota la broma en su voz.
Lo acompaño hasta la puerta principal. Hace frío afuera. Me preocupa que no tenga un abrigo, me preocupa que cuarenta dólares, los que le di, no sean suficientes para mantenerlo a salvo. Me preocupa no volverlo a ver.
—Ahora es cuando sueltas mi brazo —dice.
Suelto mis dedos.
—Stefano, espera —digo, mientras se aleja.
Él no se detiene, no se voltea.
—Te llamaré Mar.
—Más te vale —le grito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario