domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Cuatro II

Papá me enseña sobre el balance, mis ángulos, y anticipar los movimientos de mi oponente. Me enseña a usar mi fuerza de mi ser en lugar de los músculos de mi brazo, la sensación de la espada, en este caso de la escoba que sacó de casa, como una extensión de mi cuerpo. Es como bailar.
—Bien —dice finalmente.
Estoy aliviada porque esta lucha no ha sido difícil. Pensé que sería esas cosas de volar, donde apesto totalmente, pero lo he entendido con facilidad.
Supongo que soy la hija de mi padre.
—Lo eres —dice Papá, con orgullo en su voz—. Bueno, eso es suficiente por hoy —agrega.
Asiento y suelto mi escoba en el jardín. El sol ya se está yendo, está oscureciendo ahora, empieza a hacer frío. Juntos, nos volteamos y regresamos a la casa.
—Oye…me estaba preguntando… —empiezo y me pregunto si estaría bien decir lo que ha estado en mi mente desde que Papá mencionó la palabra espada—, ¿estaría bien si Thiago entrena con nosotros? Él ha tenido una visión, donde usa una espada flameante, quiero decir gloriosa, y su tío lo ha estado entrenando…pero él pronto ya no estará y pienso que sería lindo, quiero decir, creo que sería útil para ambos, si nos entrenas a los dos. ¿Podría ser parte del plan?
Se queda en silencio por un tiempo tan largo que creo que va a decir que no, pero luego parpadea un par de veces y me mira.
—Sí. Tal vez cuando estés en casa por las vacaciones de Navidad, los entrenaré a los dos.
—Genial. Gracias.
—De nada —dice.
—¿Quieres entrar? —digo, cuando estamos en el porche—. Creo que puedo cocinar algo.
Él sacude su cabeza.
—Ahora es tiempo para tu siguiente lección.
—¿La siguiente?
—¿Recuerdas cómo cruzar?
Asiento y él sonríe.
—Ahora regresas sola.
Y así de simple, se desvanece. Ninguna gloria o algo. Simplemente…adiós. Y espera que cruce a California por mi cuenta.
—¿Papá? —lo llamo—. No es gracioso.
Genial.
Regreso las escobas a su lugar y luego vuelvo al porche, a intentar llamar a la gloria de nuevo. Así que cierro mis ojos y me concentro en mi habitación, mi cama, la pequeña mesa en la esquina que siempre está desordenada con papeles y libros, el aire acondicionado de la ventana.
Puedo verlo perfectamente, pero cuando abro mis ojos, aún estoy en casa. Papá me dijo que me enfoque en algo vivo, pero ni siquiera tenemos una planta. Tal vez no va a ser tan fácil después de todo.
Cierro mis ojos de nuevo. Hay un olor de la nieve de la montaña en el aire. Tiemblo. Debí de haber traído un abrigo si hubiese sabido que estaría en casa ahora.
Eres mi flor de California, recuerdo a Peter diciéndomelo una vez. Estábamos sentados en el jardín de la granja de Peter, observando a su padre paseando al caballo, las hojas rojas de los árboles como lo están ahora. Empecé a temblar tan fuerte que mis dientes empezaron a rechinar y Peter se rió de mí y me llamó así, Su delicada Flor de California, y me envolvió en su abrigo.
De pronto, estuve al tanto del olor a caballo. Heno. Gasolina.
Ay no.
Mis ojos se abren de golpe. Estoy en la granja de Peter. No he ido a mi casa. Sino a la de Peter.
Estoy tan aturdida que pierdo la gloria. Y justo en ese momento, Peter entra al granero silbando, cargando una caja de herraduras. Me ve, y la canción se desvanece. Suelta la caja, la cual cae en su pie y lo hace maldecir antes de empezar a saltar por el dolor.
Por un largo minuto simplemente nos miramos uno al otro. Él deja de saltar y se pone de pie, con sus manos metidas en sus bolsillos, usando mi camiseta favorita, que hace que sus ojos se vean hermosos. Recuerdo la última vez que lo vi, hace casi seis meses, la catarata y el beso que significó un adiós. Parece como si hubiese sucedido hace mucho, y al mismo tiempo, como si hubiese sido ayer. Aún puedo saborearlo en mis labios.
Él frunce el ceño.
—¿Qué haces aquí, Mar?
Mar. No Zanahoria.
No sé cómo responderle, así que me encojo de hombro.
—¿Estaba por el barrio?
—¿No se supone que tu barrio está a miles de millas al suroeste de aquí?
Suena enojado. Algo en mi instinto me lo dice. Por supuesto que tiene toda clase de razones para estar enojado conmigo. Probablemente yo estaría furiosa ante una situación como ésta. Le escondí cosas, lo alejé cuando todo lo que quería hacer era estar para mí. Ah sí, y casi lo mato, no olvidemos. Y besé a Thiago. Ese fue el detonante. Luego tuve que ir y romperle su corazón.
Él acaricia la parte de atrás de su cuello, aún frunciendo el ceño profundamente.
—No, en serio, ¿qué haces aquí? ¿Qué quieres
—Nada —digo, tontamente—. Yo…llegué aquí por accidente. Mi papá me ha estado enseñado cómo moverme entre el tiempo y el espacio, algo que él llama cruzar, lo que te teletransporta dónde quieres ir. Él pensó que sería increíblemente gracioso el dejarme sola y que vea cómo regresar a la universidad, y cuando lo intenté, terminé aquí.
Puedo decir por su cara que no me cree.
—Ah —dice, irónicamente—. ¿Eso es todo? Te teletransportaste.
—Sí. Lo hice.
Me estoy empezando a irritar, ahora que finalmente he superado el trauma de volverlo a ver. Hay algo sobre su expresión, cautela. La última vez que me miró así, fue después de nuestro primer beso, justo aquí, en este punto exacto, cuando me encendí con toda la gloria y él supo que yo era algo de otro mundo. Me está mirando de la misma forma, como si fuera una criatura extraña, algo no humano.
No me gusta.
—¿Puedes burlarte del tiempo, eh? —dice, acariciando su cuello—. ¿Crees que puedes retroceder el tiempo hace cinco minutos y advertirme que se me caerá la caja? Creo que he roto uno de mis pies.
—Puedo arreglarlo —digo automáticamente, acercándome.
Él retrocede rápidamente, alza una mano para detenerme.
—¿Con esa cosa de la gloria? No, gracias. Eso siempre me ha dado ganas de vomitar.
Duele que diga eso. Me hace sentir como una loca.
Así que ha decidido seguir con la rutina del antiguo imbécil que era antes. Y lo peor es que yo sé que no lo es, ni siquiera es un poquito imbécil, pero lo está haciendo para mí porque yo le hice daño, y porque quiere que mantenga distancia, y porque lo enoja verme aquí.
—Así que estabas intentando regresar a California —dice—, y terminaste aquí. ¿Cómo sucedió?
Encuentro sus ojos, y hay una pregunta en ellos que es diferente de la que ha preguntado.
—Mala suerte, supongo —respondo.
Él asiente, se inclina para recoger las herraduras, luego se endereza.
—¿Vas a quedarte aquí toda la noche? —pregunta, muy hosco—. Porque tengo tareas que hacer.
—Oh, no dejes que evita que hagas tus tareas.
—Los establos de caballos no se limpian solos.
Coge una pala y me la ofrece.
—A menos que tu pequeño corazón quiera ayudar a trabajar en un verdadero rancho.
—No, gracias —digo, indignada por la forma en que me trata.
Siento un destello de desperación. Luego enojo. Así es como imaginaba que sería, al verlo de nuevo. Lo está haciendo difícil a propósito. Bien, pienso. Sí es así como quiere que sea.
—Puedo irme ahora mismo —digo—, pero para hacer eso, tendré que usar la gloria, así tal vez querrás salir por un minuto. Odio hacerte vomitar sobre tus hermosas botas.
—De acuerdo —dice—. No tropieces en tu salida.
—No, no lo haré.

No hay comentarios:

Publicar un comentario