domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Doce I

Una lección del domingo

Finalmente llegó el día en que pude visualizar la espada de gloria de la que hablaba papá. Sólo consistió en pensar en algo que sabía que era verdaderamente perfecto y que me hacía sentir feliz: como el hecho de que Papá es papá, que soy su hija. Así como llegó ese día, también lo hizo el final del entrenamiento.
—Sigue tu visión —dice, cuando está despidiéndose—. Sigue tu corazón. Y pronto estaré contigo de nuevo.
Sonrío.
—Y para ti, jovencito —dice, dirigiéndose hacia Thiago—, ha sido un placer conocerte. Tienes un espíritu bueno. Cuida de mi hija.
Thiago traga con fuerza.
—Sí, señor.
—Ahora, prueba de nuevo lo de la espada, por ti sola esta vez.
Cierro mis ojos y lo intento de nuevo, siguiendo cuidadosamente los pasos. Y funciona. Papá se queda un tiempo más con nosotros en la playa, donde siempre hemos practicado, mientras escribimos nuestros nombres en el cielo.
***
—Escuché noticias de Ángela —dice Cande mientras salimos del teatro uno días después.
La llamé, como le prometí, y le dije para salir.
—¿Qué escuchaste? —le pregunté.
—Que tuvo un bebé.
—Sip, un varón —digo.
—Debe de ser difícil para ella.
Asiento. La última vez que la llamé, escuché a Joaquín llorando todo el rato, mientras ella me contestaba monótonamente, y se quejaba de lo difícil que era hacer todo sola y con el corazón herido.
—Sobrevivirá a ello —le digo a Cande—. Es inteligente. Descubrirá cómo.
Nos dirigimos hacia la plaza, donde hay un arco con cuatro esquinas. Aquel arco que vi por primera vez cuando llegamos a la ciudad con mamá y Stefano. Parece hace tanto eso.
Caminamos hacia el parque y nos sentamos en una banca. En uno de los árboles, sobre una rama, hay una pequeña ave mirándonos, pero me rehúso a mirarla fijamente para comprobar si es quién creo que es. No he visto u oído mucho de Sam en estos días, solo dos veces desde Febrero, y en ninguna de las dos veces me habló, no entiendo por qué. Tomo un sorbo de la bebida que me compré y suspiro.
—Es lindo estar de regreso —digo.
—Lo sé —dice Cande—. No has hablado mucho de tu vida. ¿Cómo está Stanford?
—Bien. Stanford está bien.
—Bien.
—Stanford es genial, de hecho.
Ella asiente.
—¿Y estás saliendo con Thiago Bedoya?
Casi escupo mi bebida.
—¡Cande!
—¿Qué? ¿No tengo permiso de preguntarte sobre tu vida amorosa?
—¿Y qué hay de la tuya? No has hablado nada de eso.
Ella sonríe.
—Estoy saliendo con un chico, gracias por preguntar. Está estudiando Comunicaciones, y estuvimos juntos en una clase el semestre pasado, y lo ayudé con unos ensayos. Es lindo. Me gusta.
—Apuesto a que no sólo lo ayudas con eso —bromeo.
—¿Así qué pasa contigo y Thiago?
—Somos amigos —balbuceo—. Quiero decir, hemos tenido una cita. Pero…
Alza una ceja hacia mí.
—¿Pero qué? Siempre te ha gustado.
—Me gusta. Me hace reír. Siempre está ahí para mí, cuando lo necesito. Me entiende. Es increíble.
—Suena como una pareja ideal —dice—. Así que, ¿cuál es el problema?
—Nada. Me gusta.
—¿Y tú le gustas a él?
Mis mejillas ya están rojas.
—Sí.
—Bueno. —Suspira—. Me imagino que es lo que sucede.
Tengo el presentimiento que sabe que esto está relacionado a su gemelo. De pronto se escuchan gritos y jolgorio al otro lado de la pista. Un teatro hecho por los cowboys. Sigo a Cande hacia la acción. Los actores han traído a una multitud alrededor. No puedo escuchar lo que dicen, pero noto que todos los actores tienen rifles y pistolas de mentira.
—¿Divertido, verdad? —dice Cande.
—Considérame entretenida.
Me volteo hacia ella, riendo, y presionada por la gente a mí alrededor, cuando de pronto veo a Peter más allá en la acerca, saliendo aparentemente de un museo. Está sonriendo ampliamente, sus dientes blancos contra su piel. Puedo escuchar el leve sonido de su risa, y no puedo evitar sonreír al escucharla. Amo su risa.
Pero no está a solas. Está con Alison, la chica de los caballos, la chica que fue una de sus citas de la fiesta de promoción, cuando yo fui con Thiago, la chica que estaba muy enamorada de él, prácticamente toda su vida. Ella también está riendo, mirándolo exactamente como yo solía mirarlo. Ella coloca su mano en su brazo, le dice algo que lo hace sonreír. Él envuelve su brazo alrededor de su mano, como si la estuviera escoltando a algún lado, siempre el hombre educado.
Disparos suenan en el aire. La multitud ríe cuando uno de los actores se tambalea dramáticamente, luego muere y cae al suelo.
Sé cómo se siente.
Debería irme. Están viniendo hacia mí, y en cualquier segundo él me va a ver, y no hay palabra para expresar lo incómodo que esto será. Debería irme. Ahora. Pero mis pies no se mueven. Me quedo como congelada, observándolos mientras caminan juntos, hablando con facilidad, con familiaridad. Siendo Alison completamente de su tipo.
No puedo dejar de pensar en lo mucho mejor que es ella para él que yo.
Pero también quiero arrancarle los pelos.
Están cerca ahora. Puedo oler su perfume, suave, a frutas y femenino.
—Oh oh —dice Cande, detrás de mí—. Deberíamos…
Peter la interrumpe al alzar la mirada. Su sonrisa se desvanece. Deja de caminar.
Por diez largos segundos nos quedamos ahí, en medio de la multitud de turistas, mirándonos uno al otro.
No puedo respirar. Oh dios. Por favor, no me hagas llorar.
Luego Cande jala mi brazo y mis pies mágicamente empiezan a funcionar de nuevo. Volteo y corro, sí corro, y estoy como tres cuadras de la esquina, antes de detenerme. Espero a que Cande me alcance.
—Bueno —dice, sin aliento—, eso fue excitante.
Caminamos hasta mi auto. Cuando ambas estamos con el cinturón puesto, listas para irnos, ella saca las llaves del encendido.
—Así que aún estás enamorada de mi hermano —dice.
Silencio. Lucho contra la humillante urgencia de llorar de nuevo.
—Está bien —dice—. Hablemos con la verdad. Aún lo amas.
Me muerdo el labio, luego lo suelto.
—No importa. He continuado con mi vida, y él también. Claramente está con Alison ahora.
Cande bufa.
—Peter no está enamorado de Alison.
—Pero…
—Eres tú, Mar. Eres la única, desde el primer día que te vio. Te mira exactamente como papá mira a mamá.
—Pero no soy buena para él —digo miserablemente—. Tengo que dejarlo ir.
—¿Y cómo está resultando eso?
—No somos el uno para el otro —murmuro.
Cande vuelve a bufar.
—Eso —dice—, es una cuestión de opinión.
—Oh, así que es tu opinión que Peter y yo…que nosotros…
—No lo sé. —Se encoge de hombros—. Pero sé que él te ama. Y tú lo amas.
—Estoy en Stanford. Él está aquí. Dijiste que relaciones a larga distancia no funcionaban.
—Lo dije porque no sabía qué era estar enamorada —dice—. Además, no sabía de lo que hablaba. —Suspira—. De acuerdo, probablemente no debería decirte esto. Él me mataría. Pero, Peter aplicó a la universidad este año. Y logró entrar.
—¿Qué? ¿A dónde?
—En Santa Clara. ¿Lo ves, verdad? ¿Sabes por qué es importante?
Asiento, aturdida. Santa Clara está muy cerca de mi universidad. Mi corazón está en mi garganta.
—Apestas.
Cande coloca una mano sobre la mía.
—Lo sé. Es mi culpa, en parte. Yo tuve algo de influencia al juntarlos ese verano. Eres mi amiga y quiero que seas feliz, y él es mi hermano y también quiero que sea feliz. Creo que los dos son felices juntos, y podrían darse una oportunidad.
Si fuera tan simple.
—Creo que deberías volverle a hablar, eso es todo —dice.
—¿En serio? ¿Qué debería decirle?
—La verdad. Dile cómo te sientes.

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