domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Veinte III

Escucho alas detrás de mí. Una voz.
—Ahora sabes cómo se siente —dice ella y yo alzo mi brazo para bloquear su espada, pero no soy lo suficientemente rápida.
Va a matarme, pienso. Pero no lo hace. Hay un sonido extraño, susurrando por mi cabeza. Y luego hay una espada de gloria saliendo por el pecho de Martina. Stefano está detrás de ella, su rostro resoluto pero también sorprendido, como si ni quiera supiera que estaba haciendo hasta ahora. Suelta sus brazos.
La espada de Martina ha desaparecido. Ella se tambalea hacia el suelo, jadeando como un pez sin agua.
—Stefano —dice, buscándolo—, bebé.
Él sacude su cabeza.
Ella se coloca sobre su estómago como si fuera a alejarse de nosotros. Luego, sin advertencia, rueda hacia el lago, y se ha ido.
Me volteo hacia Peter y traigo la gloria de nuevo.
Thiago llega a la orilla, se coloca al lado de Stefano.
—¿Qué sucedió? —pregunta.
Lo miro.
—¿Puedes ayudarme? —susurro—. Por favor. No puedo hacerlo respirar.
Stefano y Thiago intercambian miradas. Thiago se coloca de rodillas a nuestro lado y coloca su mano en la frente de Peter, como si estuviera tomándole la temperatura. Suspira y coloca su mano gentilmente en mi brazo.
—Mar….
—No. —Me aparto, sosteniéndome de Peter con más fuerza—. No está muerto.
Los ojos de Peter están oscuros, llenos de pena.
—No —digo.
Le quito la camiseta a Peter, coloco mis manos en su fuerte pecho, sobre su corazón, aquel que he escuchado latir bajo mi oído tantas veces, y purifico mi gloria sobre él como si fuera agua, usando todo de mí, cada pedazo de vida y luz que hay dentro de mí, para destello de luz que puedo encontrar.
—No lo dejaré morir.
—Mar, no —ruega Thiago—. Te harás daño. Ya has dado suficiente.
—¡No me importa! —sollozo, limpiando las lágrimas de mis ojos y apartando las manos de Thiago mientras intenta alejarme.
—Ya se ha ido —dice Thiago—. Has curado su cuerpo, pero su alma se ha ido.
—No.
Me inclino hacia abajo y coloco mi mano en la pálida mejilla de Peter. Muerdo mi labio, controlando el llanto que quiere explotar dentro de mí. El suelo se mueve debajo de mí. Me siento mareada. Me aferro al cuerpo de Peter, lo sostengo contra mí, mis manos enredándose en su ropa, dejando que mis lágrimas corran contra su hombro. El sol se pone más caliente, secando mi pelo, mi ropa, secando la suya.
Finalmente alzo la cabeza.
Thiago y Stefano no están. El lago está tan claro que hace una reflexión perfecta del agua, del cielo, de los pinos alrededor. Todo está increíblemente quiero en su lugar. No hay ningún sonido más que el de mi respiración. No hay animales. No hay personas. Sólo yo.
Es como si hubiese detenido el tiempo.
Y Peter está detrás de mí, sus manos dentro de los bolsillos de su jean, mirándome. Su cuerpo misteriosamente se ha desvanecido de mi regazo.
—Huh—dice, sorprendido—, tenía el presentimiento que estarías en mi cielo.
—Peter —jadeo.
—Zanahoria.
—Esto es el cielo —digo sin respiración, mirando alrededor.
—Así parece.
Me ayuda a levantarme, mantiene mis manos entre las suyas y me guía al lado de la orilla. Me tambaleo con el tipo de piso, pero Peter tiene menos problema. Finalmente llegamos a un punto más plano y nos sentamos, hombro con hombro, mirando el agua, mirándonos uno al otro. Estoy aturdida de verlo saludable, perfecto, cálido, sonriendo y vivo.
—Ya no creo que esto de morir sea tan malo —dice.
Intento sonreír, pero mi corazón se está rompiendo de nuevo. Porque sé que no me puedo quedar aquí.
—¿Qué crees que se supone que debo hacer ahora? —pregunta.
—Ir hacia la luz —digo.
—Sí, claro.
—No, en serio. Se supone que debes ir hacia ahí.
—¿Y tú sabes esto porque…?
—He estado aquí antes —digo.
—Oh. —No lo sabía—. ¿Así que puedes ir y venir? ¿Podrás volver?
—No, Peter. No lo creo. No a dónde tu vas. No pertenezco aquí.
—Mmm. —Se queda mirando el lago—. Bueno, estoy contento que hayas encontrado una forma de venir esta vez.
—Sí, yo también.
Busca mi mano, la toma entre las suyas y acaricia mi palma.
—Te amo.
—Yo también te amo —digo—. Siento mucho que esto haya sucedido. Tenías esta vida tan hermosa delante de ti, y ahora se ha ido.
Alza mi mentón.
—Ey, está bien.
—Si te hubiese dejado solo…
—No lo hagas —dice—, no te arrepientas de nosotros. Yo no lo ago. Nunca lo haré.
Nos quedamos así por no sé cuánto tiempo, con nuestras manos entrelazadas, mi cabeza contra su hombro. Me cuenta sobre las cosas que me perdí este año, cómo mejoró sus clases de equitación.
—Te extrañé cada minuto. Quería salir de California y jalarte del pelo y regresarte a casa, para hacerte entrar en razón. Luego pensé que bueno ya que no puedo traerla conmigo, yo iré donde ella.
—Así que aplicaste a la universidad.
—¿Cande te contó sobre ello? —pregunta, sorprendido, y yo asiento—. Qué chismosa. —Suspira, pensando en ella—. ¿Estás segura que no podemos quedarnos aquí para siempre?
—No. Se supone que tú tienes que seguir adelante.
—Tú también, supongo. No puedes salir con un chico muerto toda tu vida.
—Desearía poder hacerlo.
—Bedoya es un buen chico —dice, su voz delgada—. Él cuidará de ti.
No sé qué decir.
Peter se pone de pie.
—Bueno, debería dejarte ir, creo. Tengo un largo camino por delante.
Me lleva a sus brazos. Peter y yo hemos tenido despedidas, pero nunca como esta. Me aprieto contra él, inhalando su aroma, su perfume, sintiendo la solidez de sus brazos, sabiendo que será la última vez que sienta esto. Luego alzo la mirada, completamente desesperada y con el corazón roto, antes de empezar a besarnos. Me aferro a él con mi vida, besándolo como si el mundo se acabara, y supongo que de alguna manera lo es. Le doy todo mi corazón a través de mis labios. Lo amo. Abro mi mente y le muestro lo mucho que lo amo. Él da una risa agonizada y sorpresiva, y se aparta, respirando fuerte.
—No puedo dejarte —dice con voz grave.
—Yo tampoco —digo, sacudiendo mi cabeza—. No puedo.
—Entonces no lo hagas —dice
Y con eso, me sostiene por el cuello y me besa de nuevo, mientras el mundo empieza a parpadear y todo se vuelve negro. 

***

 Queda 01 capítulo y el Epílogo!

No hay comentarios:

Publicar un comentario