domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Doce II

Fantástico, estoy llorando por Peter. Estoy curvada en posición fetal en el sofá, acariciando las sábanas y mirando sin sentido alguno el recipiente con palomitas de maíz que dejé botado cuando decidí no ver ninguna película porque todas eran románticas.
Estoy recordando ese momento una y otra vez: Alison mirando a Peter, sus ojos completamente brillantes, y su forma de tocarlo como yo lo hacía. Cómo ella sonreía y él le devolvía la sonrisa.
Pero aparentemente él irá a una universidad que está muy cerca de la mía. La posibilidad de eso, de él estando cerca, me hace sentir confusa. Puede que él también quiera que estemos juntos. Y yo también.
Pero nada ha cambiado, ¿verdad? Yo sigo siendo un ángel, aún brillo, aún tengo estas visiones. Él sigue siendo él, cálido, gracioso, guapo, lindo, perfectamente normal y tan extraordinario. Pero cuando lo beso con mucho entusiasmo, lo hago sentirse enfermo, porque es humano. Y yo no. Cuando él tenga ochenta, yo me veré como de treinta. No está bien.
Excepto que Papá me dijo que siga mi corazón. ¿Se refería a esto?
Mi celular suena. Me limpio la nariz y respondo.
—Oye tú —Thiago dice suavemente.
—Oye.
—¿Te desperté? —pregunta, notando algo raro en mi voz.
Me siento al tiempo que voy limpiando mis ojos.
—No. Estaba por ver una película.
—¿Quieres compañía? Puedo pasar por ahí.
—Claro —digo—. Ven. Podemos ver algo de zombies.
Le cuelgo y empiezo a buscar alguna película de zombies en la televisión hasta que escucho que alguien toca la puerta.
Qué rápido llegó, pienso. Pero luego me congelo. Han sido cinco toques….ese es la señal de Peter.
Mierda.
Vuelve a tocar. Me quedo paralizada.
—Sé que estás ahí, Zanahoria —dice.
Doble mierda.
Voy a la puerta y la abro. Odio verme así, después de haber llorado, con los ojos hinchados, mi piel rojiza. Me fuerzo a mí misma a encontrar su mirada.
—¿Qué quieres Peter?
—Quiero hablar contigo.
—No hay nada de qué hablar. Lo siento si interrumpí tu cita. De hecho este no es un buen momento. Estoy esperando…
Coloca una mano en la puerta cuando intento cerrarla.
—Vi tu cara —dice.
Se refiere a más temprano.
—Estaba sorprendida, eso es todo.
Sacude su cabeza.
—No. Aún me amas.
—No.
La esquina de su boca se alza.
—Eres una mala mentirosa.
Retrocedo unos pasos, alzo mi mentón.
—Realmente deberías irte.
—No va a suceder.
—¿Por qué tienes que ser tan denso? —exclamo, alzando mis manos en el aire—. De acuerdo.
Me volteo y lo dejo entrar.
Él ríe mientras se quita el sombrero y lo coloca a un lado.
—La cosa es que, he tratado de dejar de pensar en ti. Créeme, lo he intentado, pero cada vez que logro controlarlo, tú apareces de nuevo.
—Trabajaré en ello. Intentaré alejarme de tu granja —prometo.
—No —dice—. No quiero que te mantengas alejada.
—Esto es una locura —digo—. No puedo. Estoy intentando…
—Lo que está bien. Siempre estás intentando hacer lo que está bien. Amo eso de ti.
Se acerca, cada vez más, hasta que me mira con el calor familiar en sus ojos.
—Te amo. Y eso nunca se va a ir.
Mi corazón aletea como las alas de un ave, pero intento apartarlo.
—No puedo estar contigo.
—¿Por qué, por tu propósito? ¿Porque Dios te lo dijo? Quiero ver eso escrito en algún lugar, quiero ver un decreto donde diga que tú, Mar, no puedes amarme porque eres parte ángel. Dime dónde dice eso.
Busca en su bolsillo del pantalón y saca lo que parece ser una Biblia de bolsillo.
—Porque quiero que leas esto —continúa.
La abre y busca con su dedo el pasaje.
—“Quién no ama, no conoce a Dios, porque Dios es amor.”
—Gracias por la lección del domingo —digo—. ¿No encuentras algo tonto que estés citando a la Biblia a alguien como yo, quién recibe instrucciones desde la misma fuente? Peter, vamos, sabes que es más complicado que eso.
—No, no lo es. No tiene que serlo. Lo que tenemos es divino. Es hermoso, bueno y está bien. Lo siento…. —Presiona una mano sobre su pecho, sobre su corazón—. Lo siento todo el tiempo. Estás aquí, eres parte de mí. Eres en lo que pienso cuando voy a dormir y en lo que pienso cuando me despierto.
Las lágrimas empiezan a deslizarse por mi rostro. Él hace un sonido en la parte de atrás de su garganta y cruza la habitación hacia mí, pero yo retrocedo apenas.
—Pitt. No puedo —dijo, casi sin aliento.
—Me gusta cuando me llamas Pitt —dice, sonriendo.
—No quiero que salgas dañado.
—¿Por eso es que decidiste terminar conmigo, verdad? Pensaste que iba a salir herido. Me alejaste para protegerme. Aún me sigues empujando. —Sacude su cabeza—. Perderte ha sido el peor dolor que existe.
Agarra un pedazo de mi cabello y lo coloca detrás de mi oreja, luego retrocede apenas.
—Oye. ¿Qué te parece esto? ¿Estarás aquí un par de días más, verdad? Estaré en casa, como siempre. Vayamos a pescar. Vayamos a escalar una montaña. Volvamos a intentarlo.
Nunca he querido algo tanto como esto.
—Debí pelear por ti Mar —continúa—. Nunca debí dejarte ir.
Cierro mis ojos. Sé que en cualquier instante me va a besar, y mi resistencia se derretirá por completo.
—No fue tu culpa —susurro.
Y luego, más que todo para protegerme, traigo la gloria. No le advierto. La habitación se llena de luz.
—Esto es lo que soy —digo.
Él entrecierra los ojos hacia mí. Su mandíbula sobresale un poco por pura terquedad.
—Lo sé —dice.
Me acerco a él, cierro el espacio entre nosotros, coloco mi mano brillante contra su mejilla. Él empieza a temblar.
—Esto es lo que soy —digo de nuevo y mis alas salen ahora.
Sus rodillas tiemblan, pero él lucha. Coloca una mano en mi cintura y me acerca a él, lo que me sorprende.
—Puedo aceptar eso —susurra.
Sostiene el aliento y se inclina para besarme. Sus labios rozan los míos por un instante, y una emoción como la victoria me llena, pero luego se aparta y mira hacia la puerta. Gruñe.
Thiago está en la puerta.
—Caray —dice Peter, empezando a sonreír—. Realmente sabes como malograr el estilo de un chico.
Sus piernas ceden y cae de rodillas.
Mi luz parpadea.
Thiao está sosteniendo una copia de DVD de una película en una mano, la otra mano en un puño.
—Supongo que volveré más tarde —dice—. O no.
Peter aún está tratando de recuperar su aliento en el suelo.
Sigo a Thiago hasta la puerta.
—Simplemente vino hasta aquí. No quería que tú….
—¿Ver esto? —Termina por mí—. Genial. Gracias por intentar controlar mis sentimientos.
—Estaba intentando probarle un punto.
—Claro —dice—. Bueno, déjame saber cómo termina.
Se voltea hacia la puerta, luego se detiene, los músculos de su espalda tensándose. Está por decir algo muy furo, algo de lo que no podrá retractarse.
—No —digo.
De pronto siento nauseas y escucho un sonido extraño, como viento en mis orejas, acompañado de un olor a humo. Thiago se voltea, su rostro arrugado como si estuviera confundido por lo que ve en mi cabeza. De pronto se ve muy preocupado.
Es ahí cuando me desmayo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario