domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Seis I

Ron y Coca Cola

El novio de una chica de mi piso está haciendo una fiesta con temática de los setenta, y es ahí dónde me encuentro. Hay un cúmulo de personas, gritando, la música explotando, luces parpadeando, e incluso hay una bola de discoteca dando vueltas en el techo. Sin duda esto será divertido y fuerte. Justo lo que necesito para relajarme.
—Cambiaste de opinión.
Tomás, un chico que me ha estado pidiendo para salir desde hace días pero siempre le doy una excusa, se me acerca.
—Finalmente decidiste venir —agrega.
—Sí. Aquí estoy.
—Te ves genial —dice, sus ojos inspeccionándome de arriba y abajo, deteniéndose en mis piernas.
—Gracias, digo incómoda.
Fue difícil encontrar algo para ponerme, pero afortunadamente una amiga me prestó un vestido naranja bastante casual.
—¿Quieres bailar? —pregunta Tomás.
Es ahí cuando descubro que realmente no sé cómo bailar disco. Unos cuantos se ríen de nosotros, cuando intentamos hacer el paso de “Footlose”
—¿Así que, en qué te especializarás? —me pregunta.
—Biología.
—¿Quieres ser Bióloga?
—No. —Río—. Quiero ser doctora.
—Ah ya —dice—. ¿Sabías que la mitad de los estudiantes de primer año en esta universidad consideran ser doctores? Pero, sólo el 7% realmente termina siéndolo.
—No lo sabía —digo, algo tensa.
—Lo siento, no quise ponerte depresiva —dice, riendo—. Déjame traerte un trago.
Abro mi boca para decirle que no soy mayor de edad, pero por supuesto él ya debe de saber eso. La única vez que tomé alcohol en una fiesta, fue ese verano con Peter. En la casa de uno de sus amigos. Él me trajo Ron con Coca Cola.
—¿Cuál es tu orden? —Tomás me pregunta de nuevo—. Hay prácticamente de todo. Apuesto que eres de las chicas que le gusta el Martini, ¿verdad?
—Eh…Ron con Coca Cola —digo, porque sé que fui capaz de soportar eso esa noche.
—Bien —dice y se dirige hacia la cocina.
Miro alrededor. En una habitación puedo escuchar a un grupo de personas hablando mal de otra persona. Hay otro grupo cerca de la mesa del comedor, lanzando cosas en potes, y también veo bailarines volviéndose salvajes en la pista de baile, personas gritando en esquinas, la típica pareja besándose en las escaleras y contra una pared.
Tomás regresa con mi bebida.
—Salud. —Golpea su vaso contra el mío—. Para nuevas aventuras con nuevas personas.
—Por nuevas aventuras. —Tomo un gran trago, el cual quema mi garganta y se sitúa como una lava en mi estómago.
Toso y Tomás me golpea suavemente en la espalda.
—Eh… ¿Te emborrachas con facilidad?
—¿Esto es Ron con Coca Cola? ¿Nada más? —pregunto.
—Una parte ron, dos partes Coca Cola —dice—. Lo juro.
No sabe nada parecido a la bebida que tuve en la fiesta con Peter. Y ahora, casi dos años después, me doy cuenta del por qué. Peter nunca puso ron en mi bebida.
Ese pequeño pesado. Ese pequeño pesado sumamente protector, imposible, exasperante, y absolutamente dulce.
En ese momento lo extraño tanto que mi estómago duele. O podría ser el ron.
Hay un gran jolgorio de la gente en la habitación de atrás.
—¡Thiago! ¡Thiago! ¡Thiago! —están gritando.
Me empujo entre la multitud hasta que estoy en la puerta de la habitación, llegando a tiempo para ver a Thiago beber sin parar un vaso enorme de un líquido marrón. Todos vuelven a celebrar cuando él ha terminado y él sonríe y limpia su boca con la manga blanca de su chaqueta.
La chica que está sentada a su lado se inclina hacia él para susurrarle algo al oído, y él ríe y asiente hacia ella.
Mi estómago se retuerce.
Thiago alza la mirada y me ve. Se pone de pie.
—Oye, ¿a dónde vas? —dice la chica—. ¡Thiago! ¡Regresa! Aún tenemos que pasar por otra ronda.
—Ya tuve suficiente —dice.
No tengo que tocar su mente para saber que está borracho. Pero debajo del olor a alcohol puedo sentir que está enojado por algo. Algo que ha sucedido desde que lo vi esta tarde.
Algo que quiere olvidar.
Se quita el cabello de sus ojos y cruza la habitación hacia mí, caminando en casi una línea estrecha. Yo retrocedo para dejarlo pasar a través de la puerta, pero él coloca su mano en mi brazo desnudo y me empuja a una esquina. Sus ojos se cierran momentáneamente mientras su energía pasa a través de mí; luego se inclina hacia mí hasta que su nariz está casi tocando la mía, su aliento sorprendentemente dulce considerando las cochinadas que lo he visto tomar. Quiero ser casual sobre esto: es una fiesta, después de todo, l agente toma, y sí, hay chicas en esa habitación lanzándose hacia él, pero realmente él está caliente, es inteligente y gracioso. Y no es mi novio, me recuerdo. Nunca hemos estado en una verdadera cita. No estamos juntos.
Aún así, su toque envía mariposas en mi estómago.
—Justo estaba pensando en ti —dice, su voz áspera, sus pupilas tan grandes que hacen que sus ojos se vean negros—. Chica de los sueños.
Mi rostro se pone caliente, tanto por lo que está diciendo y por lo que está sintiendo. Quiere besarme, quiere sentir mis labios de nuevo, tan suaves, tan perfectos para él, quiere sacarme de esta estúpida casa ruidosa a algún lugar donde pueda besarme.
Caray. No puedo respirar apropiadamente. Él se inclina.
—Thiago, detente —susurro en el momento antes que su boca toque la mía.
Se aparta, respirando pesadamente. Intento retroceder un poco, poner algo de espacio entre nosotros, pero corro hacia la pared. Él toma un paso hacia adelante, cerrando la distancia, y yo pongo una mano en el centro de su pecho para mantenerlo atrás, donde obtengo otra corriente de electricidad, como fuegos artificiales.
—Salgamos —sugiero, casi sin aliento.
—Guía el camino —dice y camina detrás de mí, su mano en la parte baja de mi espalda.
Estamos a mitad del camino donde literalmente nos chocamos con Tomás, a quién lo había dejado a solas sin ninguna explicación, apenas escuché el nombre de Thiago.
—Te estaba buscando —dice.
Mira a Thiago y, lo más importante, ve su mano, que ahora se ha movido a mi cadera.
—¿Quién es…?
—Oye, ¡Tú eres el Tomás Inseguro! —dice Thiago, de pronto jovial.
Tomás me mira, aturdido.
—¿Así es cómo me llamas?
—Es algo afectivo, de hecho —dice Thiago.
Tomás nos mira, bueno, bastante inseguro y dudoso, y dolido. Thiago le da una palmada en el hombro y se mueve más allá de él.
—Que tengas una linda noche.
Algo me dice que Tomás no me va a volver a decir para volver a salir jamás.
Estoy aliviada que el aire frío nos de la bienvenida apenas salimos. Hay una banca en el porche, y llevo a Thiago hacia ésta. Él se sienta, luego abruptamente coloca su cara en sus manos. Gruñe.
—Estoy borracho —dice—. Lo siento.
—¿Qué te pasó? —me siento a su lado.
Coloco mi mano en su hombro pero él se endereza.
—No me toques, ¿de acuerdo? No creo que pueda soportarlo de esta manera.
—¿Qué sucede? —pregunto, colocando mis manos en mi regazo.
Suspira, corre sus palmas sobre su cabello.
—¿Viste que dijiste que Ángela pudo ver su visión al caminar en esa cosa en la Iglesia? Bueno, yo también lo hice. Fui ahí.
—Yo también fui —jadeo.
—¿Tuviste la visión?
—Sí. Quiero decir, no en la iglesia. Pero más tarde la tuve. —Trago con fuerza—. Te vi con la espada.
—¿Luchando? —pregunta.
—Peleando con dos personas.
—Creo que estamos teniendo la misma visión. ¿Viste con quién estaba peleando?
—Estaba muy oscuro. No puedo decir.
Nos tomamos un minuto para procesar esto.
—Eso no es todo —dice Thiago—. Te vi a ti…. Estabas… —agrega, su voz rasposa, su garganta seca—. Estabas herida.
Coloca una mano en mi muñeca para que vea lo que él vio. Mi propia cara, lágrimas en mis mejillas, mi cabello suelto y enredado en mis hombros. Mis labios pálidos. Mis ojos mirando a todas partes. La parte frontal de mi camisa cubierta de sangre.
—Oh —es todo lo que puedo decir.
Él cree que estoy muriendo.
—No sé qué hacer. Sólo sé que cuando estoy ahí, en esa habitación, sólo tengo un pensamiento abrumador. Tengo que mantenerte a salvo. Daría mi vida por protegerte Mar —dice—. Eso es lo que siento. Moriría por protegerte.

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