domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Quince

 Mar en la Luz

Ir a la congregación no resultó como yo esperaba. Pensé que todos estarían de nuestro lado, que estarían de acuerdo en que vayamos a rescatar a Ángela, pero no fue así. Todos consideraron que estaba perdido, no hay manera de rescatar a Ángela del infierno, se necesita a un ángel muy poderoso para hacerlo y es difícil volver a tierra después de un viaje como ese. Todos están preocupados por Joaco, más no por la madre, por mi mejor amiga.
Emi intenta darnos ánimos y nos indica que sigamos escondiéndonos, pronto encontraremos una solución. Sólo espero que ésta llegue pronto.
Lo único bueno que sucedió durante ese día en la congregación fue que mi uní a la misma, así como mi madre pertenecía a ésta. Decidí unirme, porque quiero luchar por el bien y porque, a pesar que estamos en desacuerdo sobre lo de Ángela, igual los siento mi familia y me hacen recordar a mamá. Ahora me encuentro en la luz.
***
—Estoy pensando en Chicago —dice Thiago.
Ya estamos en Lincoln. Thiago está sentado en la mesa en nuestro hotel, buscando páginas en Internet desde su laptop.
Alzo la mirada desde donde estoy preparándole su fórmula a Joaco.
—¿En qué estás pensando?
 —Deberíamos mudarnos ahí —dice—. He encontrado la casa perfecta para nosotros.
Pronto pierdo la cuenta de la cantidad de cucharadas de fórmula que he colocado en la botella de Joaco.
—Oh. Una casa.
Thiago está emocionado sobre esto. Está haciendo planes. Pero nota la expresión de asustada en mi cara.
—Mar, no te preocupes. Podemos tomar esto lentamente. Un paso a la vez, con todo. Quedémonos un par de semanas aquí, si así lo deseas. Sé que es difícil.
¿Lo sabe?, me pregunto. Su tío se ha ido. Thiago es hijo único. No está dejando nada atrás.
—Eso no es justo —dice suavemente—. Yo tenía amigos en Stanford. También tenía una vida ahí.
—¡Deja de leer mi mente! —exclamo—. Tengo que darle de comer a Joaco.
Y, con eso, dejo la habitación.
Estoy actuando como una niña, pienso. No es culpa de Thiago que estemos escapando.
Después que Joaco ha comido y está cambiado, regreso a la cocina. Thiago ha cerrado su laptop. Está viendo televisión. Me mira cautelosamente.
—Lo siento —digo—. No quise gritar.
—Está bien —dice—. Hemos estado tensos.
—¿Podrás quedarte con Joaco por un rato? Necesito ir a caminar. Aclarar mi cabeza.
Él asiente y le entrego al bebé.
—Oye, ¿quieres jugar conmigo, pequeñito? —Thiago le pregunta y Joaco sonríe como respuesta.
Afuera está lloviendo, pero no me importa. El aire frío se siente bien en mi cara. Coloco mis manos en mis bolsillos, me subo la capucha sobre mi cabeza, y camino unas cuantas cuadras lejos del hotel. Está desierto. Me siento en una banca en el parque y prendo mi celular.
Tengo que hacer esta última cosa que he estado evadiendo, quizás esperando que todo se solucionara. Pero no lo está haciendo.
Tengo que llamar a Peter.
—Oh Mar, gracias a Dios —dice cuando digo hola.
Estaba durmiendo y lo desperté, su voz está rasposa.
—¿Estás bien?
No lo estoy. El sólo escucharlo trae lágrimas a mis ojos, sabiendo lo que estoy por hacer.
—Estoy bien —digo—. Siento no haber llamado antes.
—Me he estado volviendo loco, preocupado —dice—, te fuiste así de la nada. Y luego salió la noticia de la casa quemada de Ángela. Lo siento mucho Mar. Sé que ella era una de tus mejores amigas. —Suelta el aliento—. Al menos estás a salvo. Pensé…pensé que podrías…
Haber estado muerta.
—¿Dónde estás? —pregunta—. Puedo ir a encontrarme contigo. Tengo que verte.
—No. No puedo. Mira, Peter, te estoy llamando porque tengo que hacerte entender algo. No hay futuro para los dos. Ni siquiera sé cuál es mi futuro, a este punto. Pero no puedo estar contigo. —Una lágrima solitaria hace su camino por mi rostro y la limpio impacientemente—. Tengo que dejarte ir.
Da un suspiro.
—¿No importa, verdad? —dice, con voz enojada—. Todo lo que te dije antes, sobre nosotros, sobre lo que sentía, no importa. Estás tomando la decisión por ambos.
Tiene razón, así es como debe de ser.
—Quería decirte que, sea donde sea que esté, sin importar lo que pase, siempre pensaré en ti, y en los tiempos que pasamos juntos, como mis momentos más felices. Lo haría de nuevo, si tuviera la oportunidad. Sin remordimientos.
Se queda en silencio por un minuto.
—Realmente estás despidiéndote esta vez —dice.
—Realmente estoy despidiéndome —confirmo.
—No —dice contra mi oído—. No. No voy a aceptar eso. Mar…
—Lo siento, Pitt. Tengo que irme.
Cuelgo y lloro. Y lloro.
Me quedo sentada en ese banco por un largo tiempo, bajo la lluvia, pensando, e intentando componerme. Intento imaginarme Chicago, cómo sería, pero todo lo que puedo conjurar en mi cabeza, es un frijol enorme de plata y un montón de edificios altos.
Alzo la mirada hacia las nubes grises.
¿Es este mi destino?, les pregunto. ¿Estar con Thiago? ¿Irme con él? ¿Proteger a Joaco porque si mamá no puede estar aquí? ¿Este es mi propósito?
Detrás de mí, campanas empiezan a sonar, dando la hora, desde una iglesia a unas cuadras más allá. Me pongo de pie cuando cuento hasta diez, ya debería estar de regreso.
Pero luego, una idea me viene, una inspiración repentina. Podría hacer que me venga una visión. O al menos intentarlo. Miro alrededor y no hay nadie en el parque. Estoy sola. Sonrío y cierro mis ojos, enfocándome. Y la gloria viene a mí, como si nunca me hubiese dejado.
Me imagino la luz del sol. Una línea de árboles. Una fila de rosas rojas al lado de un camino de piedras. Pienso en Stanford y cruzo. Llego a la Iglesia a la que iba Ángela a meditar, aquella donde ella dijo que le había ayudado a ver su visión. Prácticamente corro cuando estoy cerca.
Me acerco hacia el altar y cierro los ojos concentrándome. Al principio no hay resultado, pero finalmente, cuando aparto todas mis tensiones y solo pienso en el sonido del viento, es que me viene la visión.

No hay comentarios:

Publicar un comentario