domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Cinco

Acoplamiento

De una cosa estoy segura: mi hermano puede comer. Es como si tuviera un barril sin fondo, y todo tipo de comida ingresa ahí: cuatro panqueques hasta ahora, tres huevos revueltos, trigo, tres tiras de tocino, salsa, y jugo de naranja. Me siento mal de sólo verlo.
—¿Qué? —dice cuando me atrapa mirándolo—. Tengo hambre.
—Sin duda.
—Esto sabe rico. Estoy harto de comer pizza todos los días.
De esto se tratan estos desayunos. Pistas que ocasionalmente lanza. Con las que voy construyendo una imagen de su vida.
—¿Pizza? ¿Qué pasa con ella?
—Trabajo en una pizzería. Y el olor se inserta en todo.
—¿Qué haces ahí?
Se encoge de hombros.
—Me encargo de la caja registradora. Atiendo las mesas. Tomo órdenes telefónicas. Hago pizza, a veces, si estamos sin cocinero. Lo que se necesite hacer. Es un trabajo temporal hasta que descubra lo que realmente quiero hacer.
—Veo. ¿El local está por aquí? —pregunto disimuladamente—. Tal vez pueda ir un día y ordenar algo. Darte una gran propina.
—No —dice—. No hay forma. Así qué… ¿cómo has estado?
Coloco mi mentón en mi mano y suspiro. Ha estado pasando un montón de cosas conmigo. Aún estoy algo desilusionada y aturdida por el encuentro con Peter. También estoy obsesionada con la idea de que en algún lugar futuro voy a tener que utilizar una espada, yo, quién nunca se imaginó del estilo de Buffy, la Caza Vampiros. Yo, peleando. Posiblemente por mi vida.
—¿Muy bien? —dice Stefano, estudiando mi cara.
—Es complicado.
Considero contarle sobre mi sesión de entrenamiento de ayer, pero lo pienso mejor. Stefano tiene un momento difícil cuando se habla de Papá.
—¿Aún tienes tus visiones? —le pregunto, cambiando de tema.
Su sonrisa se desvanece.
—No quiero hablar de ello.
Nos quedamos mirándonos por un minuto, yo queriendo hablar del tema con facilidad y él, deseando no entrar al tema porque ha decidido ignorar sus visiones.
—A veces —admite, mirando hacia otro lado—, son inútiles. Nunca tienen sentido. Simplemente te dicen cosas que no entiendes.
—¿Cómo qué? —pregunto—. ¿Qué ves?
Se reajusta su gorra de béisbol. Sus ojos se vuelven distantes, como si estuviera viendo su visión suceder en frente de él.
—Veo agua, un montón, como un lago o algo. Veo a alguien cayendo, del cielo. Y veo… —su boca se tuerce—. Como dije, no quiero hablar de ello. Las visiones te meten en problemas. La última vez me vi a mí mismo iniciando un incendio. Dime cómo eso es un mensaje divino.
—Pero fuiste valiente, Stefano —digo—. Te probaste a ti mismo. Tuviste que decidir entre confiar en tus visiones, y lo hiciste. Fuiste leal.
Sacude su cabeza.
—¿Y qué conseguí? ¿En qué me convertí?
Un fugitivo, piensa. Un perdedor. Coloco una mano sobre la suya.
—Lo siento, Stefano. Realmente lo siento mucho, por todo.
Aleja su mano y tose.
—Está bien, Mar. No te culpo. Culpo a Dios, si es que existe algo como eso. A veces siento como si todos fuéramos idiotas, haciendo estas cosas de las visiones sólo porque alguien nos dijo que lo hiciéramos, en nombre de una deidad que nunca hemos conocido. Tal vez las visiones no tienen nada que ver con Dios, y simplemente estamos viendo el futuro.
—Stefano, vamos. ¿Cómo puedes…?
—No me des la charla religiosa, ¿de acuerdo? —me interrumpe—. Estoy bien como están las cosas. Actualmente estoy evadiendo grandes cantidades de agua, así mi visión no será un problema. Se supone que deberíamos estar hablando de ti ahora, ¿recuerdad?
Muerdo mi labio.
—De acuerdo. ¿Qué quieres saber?
—Sobre salir con Thiago, ahora que estás… —se detiene.
—¿Ahora que he terminado con Peter? —termino su oración—. No. Salimos. Somos amigos. Y más allá de eso, estamos viendo.
Somos más que amigos, por supuesto, pero no sé qué significa ese más.
—Deberías salir con él —dice Stefano—. Él es tu alma gemela. ¿Qué hay por ver?
—¿Mi alma gemela?
—Sí. Tu otra mitad, tu destino, la persona que te completa.
—Mira, soy una persona completa —digo, con una risa—. No necesito a Thiago para completarme.
—Pero hay algo sobre ustedes dos, cuando están juntos. Es como si encajaran. —Sonríe. Se encoge de hombros—. Es tu alma gemela.
—Caray, debes dejar de decir eso. —No puedo creer que estoy teniendo esta conversación con mi hermano de dieciséis años—. ¿De dónde sacaste ese término de alma gemela?
—Vamos…ya sabes, la gente normalmente dice esa clase de cosas.
Mis ojos se amplían mientras siento el sonrojo de vergüenza en él, la imagen de una chica con cabello largo, oscuro, labios rojos, sonriendo.
—Oh Dios mío. Tienes novia.
—No es mi novia… —dice, sonrojándose aún más.
—Claro, es tu alma gemela —bromeo—. ¿Cómo la conociste?
—La conocí antes de mudarnos aquí´, de hecho. Iba al colegio con nosotros.
Mi boca se abre de golpe.
—¡Mentira! Entonces la debo de conocer. ¿Cuál es su nombre?
—No es gran cosa. No estamos saliendo. No la conoces.
—¿Cuál es su nombre? —insisto—. ¿Cuál es su nombre, cuál es su nombre? Podría quedarme todo el día así.
Se ve enojado pero sé que quiere decírmelo.
—Martina. Martina Pérez Alzamendi.
Tiene razón; no la conozco.
—Martina. Tu alma gemela.
—Mar, te juro… —dice, apuntándome con el dedo.
—Es genial —digo—. Me gusta que estés enamorado.
Asiente, luego toma otro sorbo de su bebida. Me mira con fuerza.
—He estado pensando un montón en Peter. No es justo para él, lo que le sucedió. He estado ahorrando dinero. No será mucho, pero es algo. Estaba esperando que se lo diera, una vez que junte lo necesario.
—Stefano, yo…
—Es para ayudarlo a comprarse un nuevo auto, o dar un adelanto. Un nuevo tractor, una silla de montar, árboles para sembrar en su tierra. —Se encoge de hombros—. No sé lo que necesita. Sólo quiero darle algo. Para recompensar lo que hice.
—De acuerdo —digo, aunque no sé si servirá que sea yo quién le dé el dinero—. Creo que es una idea genial.
—Gracias —dice y puedo ver en sus ojos que esto no le parece suficiente.
***
—Bueno, creo que es un poco asqueroso —dice Wan Chen—. ¿Tú no?
Estamos sentadas en la plaza de la universidad y no tengo idea de qué estamos hablando. Mi mente vuela en lo sucedido con Stefano más temprano.
—Sí.
—Él es mucho mayor que ella.
—Espera, ¿quién es mayor?
—Ya sabes. El chico con el que Ángela está saliendo.
La miro.
—¿Qué? ¿Qué chico?
—No puedo recordar su nombre, pero sin duda es mayor. Oh Dios mío, cuál es su nombre… ¡Lo sabía! Te juro, mi cerebro está tan lleno de cosas para mi examen de filosofía que no puedo captar más información. En serio, está en la punta de mi lengua. Empieza con P. ¡Piero! —grita finalmente—. Ese es el nombre.
—¿Piero? ¿El del departamento de Psicología? ¿Crees que Ángela está saliendo con él?
—Ese es el chico —confirma—. El que me ayudó esa vez que me doblé el tobillo.
No lo puedo creer. Ángela está metida en su visión ahora, incluso más obsesionada que nunca. No hay forma que tenga tiempo de salir con un chico cualquiera. Algo anda mal. Algo raro está pasando.
—¿Por qué crees que Ángela está saliendo con Piero? —pregunto.
—Bueno, porque ella ha estado saliendo de la nada, casi todas las noches. Y hace dos noches atrás, no regresó a su habitación, y una amiga la vio salir de la habitación de Piero. Con el cabello desordenado, sin usar sus zapatos. La misma ropa que usó la noche anterior. Después de haber tenido relaciones, sin duda.
—Piero es el psicólogo del edificio —digo—. Tal vez Ángela necesitaba alguien con quién hablar.
—No creo en eso. Se ha estado viendo muy desordenada últimamente. —Se encoge de hombros—. Tal vez está algo enferma.
—Verás, no caigamos en conclusiones. Podría haber otra explicación —digo, pero sé que Wan Chen no se lo cree.
Yo tampoco me lo creo. Ángela no está enferma. Sé esto más que nadie.
Los ángeles de sangre no se enferman.

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