domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Diecinueve I

Tierra de Zombies

No tengo tiempo para pensar, atravieso la puerta y voy hacia él, sabiendo que en cualquier momento vendrán por nosotros, y al tanto de lo que le prometí a Sam, de no hablarle a nadie más que Ángela. Pero no me importa, él es mi hermano.
—Mar, ¿qué haces aquí? —dice cuando me ve.
No hay tiempo para explicaciones.
—Necesito que por esta vez hagas lo que te digo —digo silenciosamente, mirando alrededor.
Cojo su mano y lo llevo hacia la puerta.
—Ven conmigo Stefano. Ahora.
Se aparta de mí de golpe.
—No puedes venir aquí y ordenarme. Este es mi trabajo, Mar. Apesta, pero el hecho de tener un trabajo es que no puedo venir e irme cuando quiero.
Él no sabe dónde está. Cree que esta es una vida normal, y yo no tengo tiempo de pensar en lo depresivo que es que mi hermano no pueda diferenciar entre la normalidad y la eterna maldición.
—Este no es tu trabajo —digo—. Vamos. Por favor.
—No —dice—. ¿Por qué debo escucharte? La última vez realmente me trataste mal, me gritaste, y luego no regresaste hasta el día de hoy, y ahora esperas que…
—No sabía que estabas aquí—lo interrumpo—. Hubiese venido antes si lo hubiese sabido.
—¿De qué estás hablando? ¿Te has vuelto loca?
La barrera entre mí y los sentimientos de los demás me empiezan a golpear, pequeños susurros.
No es de su incumbencia.
Lo odio. Merezco algo mejos.
Trampa. Me hicieron una trampa.
Parpadeo furiosamente e intento aclarar mi cabeza, concentrarme en Stefano, pero luego….
¿Qué está haciendo aquí?
Mierda. Miro sobre el hombro de Stefano y ahí está Martina, en el marco de la puerta con una expresión totalmente sorprendida al verme.
—Tú…¿qué haces aquí? —demanda, sus ojos llenos de furia.
Se acerca hacia nosotros y se agarra del brazo de mi hermano.
—Suéltalo —digo en voz baja.
Inmediatamente Thiago está a mi lado, mirando a Martina con ojos fieros, recordándole que él mató a su hermana y puede volver a hacerlo con ella.
—Nos vamos —dice Thiago—. Ahora.
—No voy a ir contigo —dice Stefano.
—Cállate —espeto—. Voy a sacarte de aquí.
—No —dice Martina, su voz más calmada que antes—. No lo harán. —Le sonríe dulcemente a Stefano—. Puedo explicarte todo esto bebé, te lo prometo, pero primero, tengo que lidiar con algo. ¿Quédate justo aquí, de acuerdo? Tengo que irme por un minuto, pero volveré enseguida. ¿De acuerdo?
—De acuerdo…. —dice Stefano, frunciendo el ceño.
Está confundido pero confía en ella.
Ella se inclina para besarlo suavemente en la boca, y él se relaja. Luego lo suelta, lo que me sorprende porque lo está soltando sin siquiera pelear. Se aleja de nosotros, y luego entiendo lo que piensa hacer. Se dirige hacia el club, a tres cuadras, para encontrar a su padre. Para traer a todo un mundo contra nuestras cabezas.
Cuando está fuera de vista, me dirijo hacia Stefano, quién regresa para continuar limpiando la mesa.
—¡Stefano, Stefano! Mírame. Escúchame. Estamos en el infierno. Tenemos que irnos, ahora, así podemos coger el tren y salir de aquí-
Sacude su cabeza.
—Te lo dije, tengo que trabajar. No puedo irme.
—Este no es el lugar donde trabajar —digo—. Este es el infierno. Es sólo una reflexión de la tierra. Esta no es una pizza de verdad, ¿lo ves? —Cruzo la mesa y cojo un pedazo de pizza falsa, y se la muestro. Se empieza a disolver en mi mano, con un color gris—. No es real. Nada es real aquí. Nada es sólido. Este es el infierno.
—No existe tal cosa como el infierno —murmura, su mirada en la pizza—. Es algo que la iglesia inventa para asustarnos.
—¿Martina te dijo eso?
No responde, pero en sus ojos veo los inicios de la duda.
—No lo recuerdo.
—Ven conmigo, y tomaremos el tren, y todo estará bien de nuevo. Lo prometo.
Se resiste mientras jalo su brazo.
—Martina dijo que volvería. Dijo que explicaría.
—No hay nada que explicar. Es simple, estamos en el infierno. Necesitamos salir. Martina es un Ala Negra, Stefano. Ella te trajo aquí.
Sacude su cabeza, su mandíbula tensa.
—No. No es posible.
Thiago está desesperado en la puerta, sin poder esperar más.
Tienes que venir ahora.
—Vamos, Stefano —insisto—, confía en mí. Soy tu hermana. Tenemos que estar siempre juntos. Es lo que mamá nos dijo, ¿recuerdas? Has esto por mí ahora.
—De acuerdo —asiente—. De acuerdo.
Me quedo sin aliento y me lleno de alivio mientras caminamos hacia la puerta. Cojo la mano de Thiago y la de Stefano y nos dirigimos hacia la estación.
Se escucha el sonido del tren llegando y todos nos quedamos mirando, incluso la gente gris. Y es ahí donde me doy cuenta del tumulto. Las almas perdidas se están acercando a nosotros, nos están mirando, están abriendo sus bocas, mostrando sus dientes negros, sus lenguas como llamas.
—¡Corran! —grita Ángela, cuando todos nos apuntan con un dedo.
Corremos hacia la estación, con nuestros brazos atados. Pienso que podemos hacerlo, pero me equivoco cuando somos detenidos por personas grises impidiéndonos el paso. Hay demasiados frente a nosotros, un ejército de malditos entre nosotros y la estación. Sus dedos son fríos, como los de zombies, sus manos arrancando mi capucha, luego tocando mi pelo. Ángela está pateando, gritando y llorando, Stefano es arrancado de mi agarre. Todos están a nuestro alrededor, a cada lado, chillando, gritando cosas en un lenguaje que no entiendo.
Pero luego se detienen, se apartan, y bajan sus rostros de nuevo, dejándonos a los cuatro jadeando en un pequeño círculo en medio de la pista. Estamos atrapados.
Te dije que no hablaras con nadie —dice la voz de Sam.
Siento su miedo, su emoción. Él esperaba esto. Él sabía que Stefano estaba en el infierno, y sabía que le hablaría. Empiezo a creer que nos hizo una trampa.
Por favor —digo desesperadamente—, ayúdanos.
No puedo ayudarte ahora. Juan Cruz te tiene.
La multitud de gente gris se está apartando para dejar a alguien pasar. Aún no lo puedo ver, pero si lo puedo sentir. Lo conozco. Mi sangre se hiela, cuando este ángel, lleno de pena, se acerca. Es poderoso, es el odio profundo.
—Juan Cruz —susurro.
Me volteo hacia Thiago. Me sonríe tristemente, alza mi mano hacia sus labios y besa mis nudillos. Ángela coloca su mano tatuada en mi hombro y lo sacude.
—Gracias por intentarlo—dice—. Significa mucho que lo hayas hecho.
—¿Qué sucede? —pregunta Stefano.
—Estamos terminados —respondo—. No hay salida.
—Podrías hacernos cruzar. —Los ojos de Thiago encuentran los míos, llenos de esperanza—. Llama a la gloria, Mar. Este es el momento. Tenías razón, este es tu propósito. Llama a la gloria. Sácanos de aquí.
Busco la gloria, pero la pena presiona.
—No puedo. Hay tantos, mucha pena. Puedo sentirlos…
—Olvídalos. —Toma mi rostro entre sus manos—. Olvida a Juan Cruz. Sólo quédate conmigo.
Miro sus ojos verdes, tan de cerca que puedo ver destellos de oro.
—Te amo —murmura—. ¿Puedes sentir eso? A ti. No a un destino en el que creo. Sino a ti. Estoy contigo. Mi fuerza. Mi alma. Mi corazón. Siéntelo.
Lo siento. Siento su fuerza, y más importante, la mía. Tiene razón, puedo hacer esto. Tengo que hacerlo.
Mi luz explota a nuestro alrededor. Y nos saco de este mundo.

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