domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Diecinueve II

La luz se toma su tiempo para desvanecerse. Me aparto de Thiago, mi aliento regresando con jadeos. Gentilmente él aparta un mechón de pelo lejos de mi rostro, la parte de atrás de su mano contra mi mejilla. Quiere besarme.
—Consíganse una habitación —dice Ángela, quitando su mano de mi hombro.
Thiago mira alrededor.
—¿Dónde estamos?
Una vaca aparece nerviosamente en la oscuridad, y todos se voltean a mirar menos yo. Alzo mi mano y llamo a la gloria para que puedan ver lo que yo ya sé que hay ahí: un grupo de establos a un lado, equipamiento de granja, un tractor viejo en el fondo, henil sobre nosotros.
—Hermosa —dice Ángela—. Quiero una.
Me tambaleo hacia la pared para prender la luz. Mis rodillas se sienten graciosas mientras siento parpadear mi luz. He gastado bastante energía en los últimos minutos. Estoy cansada.
—¿Qué es esto? —pregunta Thiago, aún mareado—. ¿Una granja?
—La granja de los Lanzani —digo, mirando el suelo para evadir sus ojos.
Ángela empieza a reír.
—Nos trajiste a la granja de Peter —dice, sus ojos brillantes.
—Lo siento —le susurro a Thiago.
—¿Lo sientes? —repite Ángela—. ¿Lo sientes? Nos sacaste del infierno, nos trajiste a casa.
Stefano se sienta encima de un cúmulo de paja, su rostro pálido, agarrando su estómago como si le hubiesen golpeado ahí.
—Nos sacaste del infierno.
—Nos sacaste del infierno —repite Thiago, con tanto orgullo en su voz que lágrimas aparecen en mis ojos.
—Estaba en el infierno —susurra Stefano—. ¿Vieron los ojos de esas personas? Estaba en el maldito infierno. ¿Cómo terminé ahí?
—¿Dónde está Joaco? —Ángela pregunta de pronto—. ¿Dónde está?
—Está con Emi. Está a salvo.
—Quiero verlo. ¿Podemos ir a verlo? Apuesto a que no me va a reconocer. Probablemente sea más alto que yo ahora. ¿Dónde dijiste que estaba?
Thiago y yo intercambiamos miradas de preocupación.
—Está con Emi —digo de nuevo, lentamente—. Aún es un bebé, Angie. Ni siquiera tiene tres semanas.
Me mira, luego a Thiago.
—¿Tres semanas?
—Hemos estado cuidándolo muy bien. Está genial, Angie. Quiero decir, llora, mucho. Pero fuera de eso, es un excelente bebé.
—Pero… —Cierra sus ojos y lleva una mano temblorosa a su boca. Ríe de nuevo—. Así que no me lo perdí. Cada día pensaba, Me lo estoy perdiendo. Estoy perdiendo su vida.
Sabía que el tiempo funcionaba distinto en el infierno, pero no esperaba esto.
—Gracias por venir —murmura—. Gracias —repite—, por venir por mí. ¿Cómo me encontraste?
—Sí, ¿cómo la encontraste? —dice una voz detrás de nosotros—. Esa es la parte que no puedo descubrir.
Ángela alza la mirada. Luego inclina su cabeza hacia abajo y gruñe.
Me volteo. Ahí, de pie en la sombra de la parte trasera de la granja, está Juan Cruz. Martina está a su lado, con los brazos cruzados.
Stefano se pone de pie.
—¿Martina? ¿Sr. Juan Cruz?
—Hola Stefano —dice Juan Cruz.
J. Cruz da un paso hacia adelante, y yo me adelanto colocando un círculo de gloria a nuestro alrededor. Estoy tan cansada. La luz empieza a parpadear inmediatamente, pero antes que se apague, Thiago la reemplaza con su propia gloria.
J. Cruz se detiene, con enojo en su rostro, como si hubiéramos hecho algo muy rudo. Primero mira a Stefano, quién lo está mirando aturdido, luego mira a Ángela, quién no alza o mueve su cabeza, luego a Thiago. Finalmente a mí.
—No puedo creer que no nos hayamos conocido —dice él—. Soy el papá de Martina.
—Eres Juan Cruz —digo—, el líder de los Observadores. Un Ala Negra.
—¿Por qué insistes con eso? Negro, blanco, gris, ¿Qué importa? Stefano, tú me conoces. ¿Alguna vez he sido malo contigo?
—No —dice Stefano, pero empieza a verse confundido.
—Sí importa —le digo a mi hermano—. El bien y el mal existe, Stefano. Son reales. Este hombre es el mal. ¿No lo sientes?
J. Cruz ríe como si la idea fuera una locura y Martina se une.
—Vamos Stefano —dice ella—, regresa con nosotros. No perteneces aquí. Debes estar conmigo.
—¿En el infierno? —pregunta él.
Sus ojos brillan.
—Ese no era el infierno. Claro, sí era un mundo alternativo al nuestro, pero no es el infierno. ¿Acaso viste lava caliente o a un hombre con traje rojo con una cola? Eso es un mito, bebé. Lo que importa es que podemos estar juntos. Estamos destinados a estar juntos, ¿verdad?
—No —dice lentamente—. No pertenezco contigo.
—¿Qué? ¿Qué dices?
—Él dice que cree que ustedes dos deberían fastidiar a otras personas —suelto—. Suficiente con la charla —le digo a Thiago en su mente—. Salgamos de aquí. Me sentiría mucho mejor estando en tierra sagrada.
¿Puedes hacerlo? ¿No estás cansada?
Lo estoy, pero estoy bastante motivada de salir de aquí.
Estoy bien.
Thiago toma mi mano, e instantáneamente me siento fuerte. Thiago se inclina y le susurra algo a Ángela. Ella se pone de pie, sin mirar a Martina o a Juan Cruz, y envuelve su brazo en el de Thiago.
Estiro mi mano hacia la de Stefano.
Vayamos a casa —digo.
—Stefano, escúchame… —dice Martina.
Empiezo a imaginar nuestra casa, a unas cuantas millas de aquí. Ahí es donde nos llevaré, y estaremos a salvo ahí.
Stefano toma mi mano, lo que me hace sentir aún más fuerte.
—Vayamos —dice él.
J. Cruz hace un sonido de enojo en su garganta, pero él no puede detenerme, no puede tocarme, así que cierro mis ojos.
En dos segundos nos sacaré de aquí. En dos segundos.
Pero luego la puerta se abre y Peter entra.
En el momento que lo veo sé que estamos en problemas.

***

¡QUEDAN DOS CAPÍTULOS Y EL EPÍLOGO!

¿AHORA SÍ, CON QUIÉN SE QUEDARÁ MAR?

No hay comentarios:

Publicar un comentario