domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Diez I

Un paso hacia adelante, dos hacia atrás

Me encuentro recostada contra un árbol, leyendo un libro y tratando de relajarme. Hace unos minutos tuve la visión de nuevo y a pesar de que sale la misma imagen una y otra vez, siempre entro en pánico.
Me quedo mirando mi celular, aquel que yace sobre mi regazo. Busco entre mis contactos y encuentro a Thiago…Deseo llamarlo, pero luego suspiro y guardo el teléfono de nuevo. Thiago no me ha hablado por más de un mes, ni siquiera en clase. Su orgullo ha sido herido. Y, lo entiendo. Yo también estaría enojada si estuviera por besarlo, luego de haberle dicho lo que sentía, para que al final él esté pensando en otra chica.
Escucho el sonido de un cuervo sobre mi cabeza. Alzo la mirada, hacia las hojas del árbol, y ahí está Sam, mirándome.
Cada vez que lo veo, aunque intento no ser cobarde sobre el tema, siempre siento miedo porque no sé si algún día querrá matarme.
—¿Acaso no tienes algo mejor que hacer que seguirme? —pregunto.
El cuervo inclina su cabeza, luego vuela hacia el suelo, a mi lado.
Majo, piensa, el nombre de mi madre y un mundo entero lleno de dolor y recuerdos. Majo.
—Vete —susurro e intento espantarlo.
De pronto, él es un hombre, expandiéndose de un cuervo a un cuerpo, en un parpadeo.
—¡Miércoles! —digo, retrocediendo—. ¡No hagas eso!
—Nadie está mirando —dice.
—¿Cómo puedo ayudarte, Sam? —pregunto.
—Una vez llevé a tu madre a bailar —dice, empezando con sus historias—. Ella llevaba un vestido rojo. Mientras bailábamos, colocó su cabeza en mi pecho para escuchar el latido de mi corazón.
—¿Acaso tienes corazón? —pregunto, con un tono pesado, sin poder evitarlo.
—Claro que tengo un corazón —dice, ofendido—. Puedo ser herido, como cualquier hombre. Ella me cantó esa noche, mientras bailábamos. Ella olía a rosas.
Saca el brazalete de plata de su bolsillo y lo sostiene en su palma.
—Le di esto en la entrada de su casa, antes de despedirnos. Todo ese verano dejaba amuletos para que ella encuentre. Esto —señala con un dedo un amuleto en forma de pescado—, por la primera vez que la vi en laguna. —Toca el caballo—. Este por el día en que cabalgamos por la costa de Francia después que el hospital donde ella trabajaba fue bombardeado.
Acaricia el pequeño corazón de plata al centro, pero no me habla de aquel. Pero yo ya sé que significa. Él la amaba. Aún la ama.
Su mano se encierra alrededor del brazalete, y lo devuelve a su bolsillo.
—¿Me contarás alguna historia de ella? —pregunta suavemente—. ¿Sobre tu madre?
Dudo. ¿Por qué siento pena por él?
—No tengo ninguna historia para ti.
Me levanto, me limpio la suciedad y recojo mis cosas.
—Tengo que irme.
—La próxima vez, entonces —dice, mientras me volteo para irme.
—No quiero que haya una segunda vez —digo, deteniéndome—. No sé por qué estás haciendo esto, lo que quieres de mí, pero ya no quiero escuchar esas cosas.
—Quiero que lo sepas.
—¿Por qué? ¿Para que puedas lanzarme en mi cara que tuviste un amorío apasionado con mi madre?
Él sacude su cabeza. Y luego me doy cuenta: él quiere que lo sepa porque no hay nadie más con quién pueda compartirlo. A nadie más le importa.
—Adiós, Sam.
—Hasta la próxima vez —agrega.
***
Toco la puerta de Thiago. Él está sudando cuando la abre, con una toalla colgando sobre su cuello. Está sorprendido de verme, desearía que hubiese llamado primero.
—Pero no devuelves mis llamadas —digo.
Su mandíbula se tensa.
—Aún estás enojado conmigo, y creo que es razonable. Pero necesitamos hablar.
Él abre la puerta aún más para que pase y yo lo hago.
—Tenemos que hablar sobre Ángela.
No responde. Involuntariamente, sus ojos se mueven hacia una foto enmarcada, una foto en blanco y negro de una mujer alzando a su hijo en el aire. La foto está algo borrosa, pero sin duda el niño es Thiago a los cuatro o cinco años. Thiago y su mamá. Juntos, felices. Ambos están riendo. Casi puedo escucharlos al verlos, casi puedo sentir la felicidad. Me hace sentir triste el pensar que perdió a su mamá cuando era muy pequeño. Y ahora a su tío también.
Me volteo para mirarlo. Está de pie, con sus brazos cruzados sobre su pecho.
—Ya sabes, si vamos a tener una conversación, vas a tener que hablarme. Con palabras, con cosas —digo.
—¿Qué quieres que diga? Me dejaste Mar.
—¿Te dejé? —repito, incrédula—. ¿Estás enojado por eso? Fuiste tú quién quiso que me vaya.
—No quiero está enojado contigo sobre lo otro —dice, sin encontrar mis ojos—. No puedes controlarlo. Pero luego desapareciste —dice, y siento el dolor en su voz—. Te fuiste.
—Lo siento —digo.
—¿A dónde fuiste? —pregunta—. Fui más tarde a tu habitación, para disculparme, pero Ángela me dijo que no habías regresado todavía.
Lo miro, me atrapó.
Él cierra sus ojos y frunce el ceño, como si le causara dolor físico.
—Eso fue lo que pensé.
Me pregunto si lo hará sentirse mejor el saber que mi conversación con Peter esa noche no fue mejor que la suya.
Abre sus ojos.
—Puede que sí —responde, luego de haber escuchado mis pensamientos.
Dios. Hombres.
—De acuerdo, no vine aquí a hablar de nosotros —le digo—. Vine a hablarte sobre Ángela.
—¿Ya tuvo el bebé? —pregunta, preocupado—. ¿Qué va a hacer?
—No ha tenido el bebé —digo—. Aún no. Pero mañana irá a hablar con Camilo sobre ello.
Thiago se pone rígido.
—¿Va a contarle sobre el bebé?
—Bueno, va a decirle que es el padre. Ese es su plan, de todos modos.
—Mala idea dice, sacudiendo su cabeza—. No debería decirle a nadie sobre el siete. Especialmente no a Camilo.
—Él noo es buena noticia —admito—.Él no está…feliz. Pero supongo que veremos qué sucede. Ángela está determinada a hacer esto. Te llamaré mañana cuando regrese.
—Espera —dice, sus cejas juntándose—. ¿Vas a ir con ella?
—Me dijo que la acompañe. Bueno, me dijo que yo iba a ir, así que lo haré.
—Deberías mantenerte alejada —dice, con su boca torciéndose en una mueca.
—Es su destino. Además, Camilo ya me conoce. Estaré ahí para darle apoyo moral.
—No hay forma. Es muy riesgoso. Él es un ángel. Podría descubrir quién eres.
—Él no es el diablo, técnicamente hablando…
—Escuchaste lo que dijo tu padre sobre ángeles ambivalentes. Él es peor que un Ala Negra, dijo tu padre.
Me sostiene por los hombros, sacudiéndome apenas.
Intento retroceder, pero me está sosteniendo con fuerza.
—No vayas —dice—. Sé cautelosa, por una vez en tu vida.
—No me mandonees —digo, apartándome.
—No seas una idiota.
—No me llames así —digo, dirigiéndome hacia la puerta.
—Mar, por favor —ruega.
Me detengo.
—Toda mi vida…bueno, toda mi vida desde que mi madre murió, mi tío me advirtió sobre esto. No te reveles, a nadie. No confíes en nadie.
—Sí, sí, no hables con ángeles extraños. Estoy en su visión Thiago.
—Tú, de todas las personas, deberías saber que no siempre sucede lo mismo que en la visión—dice.
Eso fue un golpe bajo.
—Mar —empieza—, también te he visto en mi visión. ¿Qué pasa si esto es lo que…?
Alzo mi mano.
—Creo que hemos hablado suficiente.

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