domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Catorce II

Nos mantenemos en perfil bajo durante unos cuantos días. Hablamos con Emi y ella nos recomendó no hablar con nadie ni contarle a nadie de nuestro paradero, podría ser peligroso. Ella estaría hablando con la congregación para buscar posibles soluciones y la manera de abordar a Asael o Martina en caso vuelvan a aparecer.
Nos mudamos a un hotel más bonito, uno que tiene cocina, comedor y sala, además de dos habitaciones donde podemos cerrar la puerta y ver televisión mientras Joaco duerme. Caemos en una especie de rutina: Joaco se levantana y empieza a llora. Jugamos a piedra, papel o tijera para ver a quién le toca cambiar su pañal. Seguimos intentando darle fórmula; hemos probado con todas las marcas, pero nada funciona, todo lo bota. Después que come, vomita. Empieza a llorar de nuevo. Lo limpiamos, lo balanceamos, le hablamos, cantamos, lo llevamos a pasear en el auto reímos e intentamos que esté distraído, pero siempre llora por horas de horas, sobre todo en medio de la noche.
En un punto de la noche, se vuelve a quedar dormido. Luego nosotros caminamos en puntas de pie, nos lavamos, nos lavamos los dientes, comemos lo que sea que haya quedado en la refrigeradora, y hablamos de lo que sea menos de lo que sucedió. Nos sentamos como zombies en el sofá y vemos cualquier programa de televisión. Luego, pronto, muy pronto, Joaco se levanta y empezamos todo de nuevo.
Empiezo a entender por qué Ángela andaba estresada.
Aún así, hay momentos bonitos. Cosas graciosas pasan, como cuando Joaco se hizo pis en la camiseta de Thiago durante su cambio de pañal. Fue una buena risa. Aleja la tensión.
En la cuarta noche, mientras estamos sentados en el sofá, después de haber pasado la última hora caminando con Joaco mientras gritaba en mi oído, Thiago me alcanza y coloca mis pies en su regazo y empieza a masajearlos. Me aguanto la risa, luego un gruñido porque me gusta cómo se siente. Es linda, la sensación que estamos juntos en esto, que somos compañeros y sobreviviremos a esto como sea.
—Creo que me he vuelto sorda —digo, utilizando el chiste cuando Joaco de pronto deja de llorar y se queda dormido.
—¿Cuándo dijo Emi que volvería a llamar? —responde Thiago, otro chiste que hemos estado diciendo últimamente, y yo río.
Pero algo dentro de mí se siente mal, porque todo esto se siente como una escena en la que estamos actuando de la vida de otra persona, con el hijo de otra persona, y estamos jugando a la casa de juguetes.
***
Sueño con Peter. Estamos en su bote, estirados en una sábana, envueltos en los brazos del otro, con el sol resplandeciente. Como las cosas solían ser. Estoy completamente en paz, con los ojos cerrados, casi dormida. Presiono mi cara contra el hombro de Peter y lo respiro. Él juega con mis rulos cortos y finos, en la base de mi cuello; el cabello de bebé, suele llamarlo él. Su otra mano sube desde mi cadera hasta debajo de mi brazo.
—No me hagas cosquillas —le advierto, sonriendo contra su piel.
Él ríe como si lo estuviera retando y corre sus dedos sobre la parte de atrás de mi brazo, mandando una sacudida por todo mi cuerpo. Muerdo juguetonamente su hombro, lo que saca otra risa de él. Alzo mi cabeza y miro sus ojos grises. Ambos tratamos de vernos serios, pero fallamos.
—Creo que deberíamos quedarnos aquí, Zanahoria —dice—. Para siempre.
—Estoy totalmente de acuerdo —murmuro, y lo beso—. Para siempre suena bien.
Una sombra pasa sobre nosotros. Peter y yo alzamos la mirada. Un ave, un cuervo enorme, está arriba. Hace un lento círculo en medio del cielo azul.
Peter se voltea hacia mí, con preocupación en sus ojos.
—Es sólo un ave, ¿verdad?
No respondo. Terror se mueve como hielo en mis venas, mientras otra ave se una a la anterior. Luego otra más se une, y otra, hasta que ya no puedo llevar la cuenta. El aire parece más helado, como el lago pudiese congelarse debajo de nosotros. Puedo sentir los ojos de las aves sobre nosotros.
—¿Mar? —dice Peter.
Alzo la mirada, mi corazón latiendo desaforado. Están esperando el momento correcto para bajar hacia nosotros, para arrancarnos la piel. Para separarnos.
Están esperando.
—Oh, bueno —dice Peter, encogiéndose de hombros—. Siempre supimos que esto era muy bueno para durar.
***
A la mañana siguiente, Thiago y yo lavamos los platos. Estamos hombro con hombro en el lavadero, yo lavando y él secando.
—Hay algo que debo decirte —dice de pronto.
—De acuerdo…—digo, cautelosamente.
Sale de la habitación por un minuto, y cuando vuelve, está sosteniendo un diario en su mano. El de Ángela.
—Regresaste —digo, atónita.
Asiente.
—Anoche. Volví a su casa. Lo encontré en su habitación, en una zona que no se quemó.
—¿Por qué? —jadeo—. ¡Eso fue muy peligroso! Emi dijo que hay Alas Negras ahí, buscando. Podrías haber sido….
Atrapado. Asesinado. Llevado al infierno.
—Lo siento —dice—. No quería que su diario caiga en manos equivocadas. Y yo sólo quería…hacer algo. Tengo tantas preguntas, pensé que esto nos daría algo.
—¿Así que encontraste lo que estabas buscando? —pregunto suavemente, sin saber si estar furiosa o aliviada de que esté a salvo.
Su boca forma una mueca.
—Hay muchas cosas aquí. Búsquedas. Poemas. Detalles de Joaco. Una lista de canciones que Ana le cantaba para que se duerma. Y los pensamientos de Ángela, cómo se sentía sobre sus cosas. Estaba cansada, enojada, y con miedo; pero, ella sólo quería lo mejor para Joaco. Estaba haciendo planes.
«Y estaba ésta última entrada, escrita rápidamente —continúa—. Le llegó un mensaje de Camilo esa noche. Él le advirtió sobre los Alas Negras, que estaban yendo a su casa. Sólo tuvo un minuto para esconder a Joaco.
Así que Camilo no es tan malo. Pero eso igual no me hace sentir bien con él, porque él provocó que ella se meta en este lío.
—Como sea —dice Thiago—. Quería contártelo.
Volvemos a lo que estábamos haciendo, en silencio ahora, cada uno con sus propios pensamientos. Thiago está pensando en el diario, algo que Ángela debe haber escrito, algo sobre Joaco y una familia.
—¿Alguna vez piensas sobre ese día en el cementerio? —pregunta de pronto.
Se refiere si pienso en el beso. Si pienso en nosotros.
—Eres un lector de mentes. Dímelo todo —bromeo débilmente.
Pero la verdad es que sí, pienso en ello. Cuando estamos caminando juntos y él naturalmente toma mi mano. Cuando me mira a través de la mesa durante la cena, riendo ante un chiste que he dicho, sus ojos verdes brillantes. Cuando nos chocamos en nuestro camino al baño, su cabello mojado de la ducha, el olor de su gel de afeitar. Creo en lo fácil que sería aceptar esta vida. Estar con él.
Pienso lo que sería irnos a la misma habitación al final de la noche. Incluso si eso me hace sentir una mala persona, porque él no es el único chico en el que pienso.
—Está limpio —observa, y gentilmente toma el plato que he estado limpiando—. Yo pienso en ello —insiste.
—¿Crees que podrías haber hecho todo por tu cuenta? —pregunto.
Me mira, sorprendido ante mi pregunta.
—¿Por mi cuenta?
—Bueno, besarme fue parte de tu visión, así que sabías lo que iba a suceder. Dijiste, “No vas a irte”, cuando quise hacerlo. Porque sabías que me quedaría. Sabías que me besarías, y que yo te lo permitiría.
Baja su cabeza, un mechón de su pelo cayendo sobre sus ojos.
—Sí, te besaba en la visión —dice—. Pero no resultó de la forma en que pensé que lo haría.
—¿Qué quieres decir?
—Pensé…—Entonces siento su decepción, su vergüenza, su orgullo herido.
—Pensaste que si nos besábamos, estaríamos juntos —digo por él.
—Sí, pensé que estaríamos juntos. —Se encoge de hombros—. No es mi momento, supongo.
Está esperando, aún espera. Ha dejado todo por mí. Su vida entera. Su futuro. Todo, porque quiere mantenerme a salvo. Porque cree, en su corazón, que él es mi propósito y yo el suyo.
—Para empezar, fue mi voluntad. —Deja el secador en su colgador y luego se acerca a mí—. Quería besarte —murmura—. Yo. No por la visión, sino por ti. Por lo que siento.
Las palabras cuelgan entre nosotros por un segundo, y luego se inclina, acaricia mi mejilla con la parte de atrás de su mano, y me besa, gentilmente, sin presión. Mantiene sus labios contra los míos por un largo momento, rozando suavemente. El calor se enciende entre nosotros, el tiempo se ralentiza. Veo el futuro que él imagina: siempre juntos, siempre ahí para el otro. Somos compañeros. Mejores amigos. Amantes. Viajamos por el mundo juntos. Construimos una vida con el otro, minuto por minuto, hora por hora, día por día. Criamos a Joaco como si fuera nuestro hijo, y si hay un problema, lo enfrentamos juntos.
Nos pertenecemos.
Thiago se aparta. Sus ojos buscan los míos, me hacen una pregunta.
—Yo… —empiezo, pero no tengo idea de cómo voy a responder.
Quiero decir que sí, pero algo me detiene.
Mi celular empieza a sonar.
Él suspira.
—Responde —dice—. Adelante.
Respondo.
—Muy bien, chica —dice Emi, sin molestarse en saludarme—, es momento de venir. ¿Podrás reunirte con la congregación el viernes por la noche?
Miro a Thiago. ¿Debemos ir? Estamos a salvo aquí, dónde nadie sabe dónde encontrarnos. Joaco está a salvo aquí. Podríamos quedarnos.
—Claro, ¿por qué no? —dice él—. ¿Qué podemos perder?
Tanto, pienso. Todavía hay mucho por perder.

No hay comentarios:

Publicar un comentario