domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Dos

Cerca blanca de piquete

Esta vez alguien más está conmigo en la oscuridad, otra persona respirando temblorosamente en algún lugar detrás de mí.
Aún no puedo ver nada, no puedo determinar dónde estoy, aunque esto es como la milésima vez que tengo esta visión. Está oscuro, como siempre. Estoy intentando mantenerme callada, intentando no moverme, no respirar, así puedo explorar mi alrededor. El suelo está inclinado hacia abajo, alfombrado. Hay un aroma de aserrín en el aire, nueva pintura, y esto: la idea de un olor distintivamente masculino, como desodorante o crema de afeitar, y ahora la respiración. Cerca, creo. Si me volteo y me estiro, podría tocarlo.
Hay pasos encima de nosotros: pesados y haciendo eco, como personas descendiendo un conjunto de escaleras de madera. Mi cuerpo se tensa. Seremos encontrados. De alguna forma sé esto. Lo he visto cientos de veces en mis visiones. Lo estoy viendo ahora mismo. Quiero deshacerme de esto, quiero llamar a la gloria, pero no lo hago, creyendo que no sucederá esta vez. Aún tengo esperanza.
Hay un ruido detrás de mí, extraño y alto, tal vez un gato aullando o un pájaro cantando. Me volteo hacia el sonido.
Hay un momento de silencio.
Luego viene una explosión de luz, cegándome. Me alejo de ésta.
—¡Mar, agáchate! —grita una voz.
En ese momento salvaje, instantáneamente sé quién está conmigo, reconozco su voz en cualquier lugar, y me encuentro a mí misma poniéndome de pie, porque alguna parte de mí sabe que ahora tengo que correr.
***
Me despierto con el rayo de la luz del sol en mi cara. Me toma un segundo reaccionar dónde estoy: en mi habitación, en la universidad. Las campanas de la Iglesia suenan a la distancia. Olor de detergente y rasuradoras. He estado en Stanford por más de una semana, y esta habitación aún no se siente como casa.
Mis sábanas están desordenadas. Realmente debo de haber estado intentando correr. Me recuerdo por un minuto, tomando profundas respiraciones desde mi abdomen, intentando calmar mi corazón acelerado.
Thiago está ahí. En la visión. Conmigo.
Claro que él está ahí, pienso. Ha estado en todas las visiones que he tenido. Pero hay algo de comodidad en ello.
Me siento y miro a mi compañera de habitación, Wan Chen, dormida en la cama al otro lado de la habitación, roncando. Me libro de mis sábanas y me coloco un jean y una sudadera con capucha, me hago una cola de caballo, intentando no hacer ruido para no despertarla.
Cuando salgo, hay un gran ave sentada en el poste de luz cerca a mi dormitorio, de forma negra. Se gira para mirarme. Me detengo.
Siempre he tenido una relación complicada con las aves. Incluso antes de saber que era un ángel de sangre, entendía que había algo raro sobre la forma en que las aves se silenciaban cuando yo pasaba, la forma en que me seguían.
Una vez, cuando había tenido un picnic con Peter, alzamos la mirada y teníamos nuestra mesa rodeada de aves, no los comunes que intentan coger tu comida, sino también otros tipos de aves.
—Eres como una caricatura de Disney, Zanahoria —Peter se burlaba—. Deberías lograr que te hagan un vestido o algo.
Pero esta ave se siente diferente, de algún modo. Es un cuervo, creo. Y me observa, silenciosa. Pensativa, deliberada.
Emi una vez dijo que las Alas Negras podían convertirse en aves. Es la única forma que pueden volar, de otro modo su pena hace mucho peso y los hace caer. ¿Así que esta ave es un cuervo ordinario? Salto ante éste. Inclina su cabeza y me mira de vuelta con sus ojos amarillos.
Terror corre por mi espina.
Vamos Mar, pienso, Es sólo un ave.
Me tranquilizo y lo paso, abrazando mis brazos contra mi pecho, por la mañana fría. El ave da un graznido, una filuda advertencia que manda escalofríos por mi espalda. Sigo caminando. Después de unos cuantos pasos, miro sobre mi hombro al poste de luz. El ave se ha ido.
Suspiro y me digo a mí misma que me estoy volviendo paranoica, sólo estoy asustada por la visión. Intento alejar al ave de mi mente y sigo caminando. Rápido. Antes de saberlo, ya estoy al otro lado del campus, debajo de la ventana de Thiago, caminando de un lado al otro en la acera porque realmente no sé qué estoy haciendo aquí.
Debí haberle contado sobre la visión, pero estaba muy preocupada por otras cosas. Hemos estado aquí por caso dos semanas y ninguno de los dos ha hablado sobre visiones o propósito o cosas relacionadas a ángeles. Hemos estado jugando a ser alumnos de primer año de universidad, pretendiendo que no hay nada más para nosotros que aprendernos los nombres de las personas y saber a qué clases hay que ir e intentando no vernos como idiotas en esta universidad donde todos parecen genios.
Pero ahora debo decírselo. Necesito hacerlo. Sólo que son, reviso mi celular, siete y quince de la mañana. Muy temprano.
¿Mar? —su voz en mi cabeza suena agotada.
Mierda, lo siento. No quería despertarte.
¿Dónde estás?
Afuera. Yo…Aquí.
Digito su número y él responde al primer llamado.
—¿Qué pasó? ¿Estás bien?
—¿Quieres salir a pasear? —pregunto—. Sé que es temprano…
Puedo sentirlo sonreír al otro lado de la línea.
—Absolutamente. Salgamos.
—Bien.
—Pero primero déjame ponerme un pantalón.
—Hazlo —digo, contenta que no me vea completamente sonrojada ante la idea de él en bóxer—. Estaré aquí mismo.
Unos minutos después sale con un jean y una camiseta con el logo de la universidad, su cabello desordenado. Se restringe el abrazarme. Está aliviado de verme después de nuestra pequeña pelea la semana anterior. Yo di la idea que quería ser doctora pero él me llenó de contradicciones. Quiere decirme que lo siente, quiere decirme que me apoyará en todo lo que yo decida hacer.
—Gracias —murmuro, sin que sea necesario que lo diga en voz alta—. Eso significa un montón.
—¿Así que, qué está sucediendo? —pregunta.
Es difícil saber por dónde empezar.
—¿Quieres salir del campus por un momento?
—Claro —dice, un destello de curiosidad en sus ojos verdes—. No tengo clase hasta las once.
Empiezo a caminar hacia mi edificio.
—Vamos —lo llamo sobre mi hombro.
Él trota hasta llegar a mi lado.
***
Veinte minutos después, estamos conduciendo alrededor de mi antigua ciudad.
—Calle Mercy —dice Thiago mientras pasamos por esta antigua tienda de donuts dónde solía ir—. Calle Church. Calle Hope….
—Sólo son nombres Thiago.
Reviso mi espejo y me encuentro a mí misma no preparada para la mirada de sus ojos verdes, fijos en mí. Aparto la mirada.
No sé que espera que haga ahora que estoy oficialmente soltera. No sé lo que yo espero de mí misma. No sé lo que estoy haciendo.
—No estoy esperando nada, Mar —dice, sin mirarme—. Si quieres salir conmigo, genial. Si quieres algo de espacio, también lo entiendo.
Estoy aliviada. Podemos tomar esto de “pertenecemos juntos”, lentamente, descubrir lo que realmente significa. No tenemos que apurar las cosas. Podemos ser amigos.
—Gracias —digo—. Y, mira, no te hubiese dicho para salir si no quisiera hacerlo.
Eres mi mejor amigo, quiero decir, pero por alguna razón no lo hago.
Él sonríe.
—Llévame a tu casa —dice, impulsivamente—. Quiero ver dónde vivías.
Obedientemente, lo hago doblar a la derecha, a mi antiguo barrio. Pero no es mi casa, ya no. Es la casa de otra persona ahora, y el pensamiento me pone triste.
—Linda —dice Thiago, cuando llegamos—. Con toda una cerca blanca de piquete.
—Sí, mi mamá era una tradicionalista.
La casa también, se ve exactamente igual. No puedo dejar de ver la pequeña cancha de básquet dónde mi hermano solía jugar. Lo extraño tanto.
—Así que dime —dice Thiago, sacándome de mis pensamientos.
Trato de pasarle por la cabeza la visión, que él está ahí conmigo, en la habitación oscura. Él gritándome que me agache.
—Bueno. No es un tipo de visión muy visual, ¿verdad? —dice.
—No, es bastante oscuridad y adrenalina. ¿Qué piensas? —digo.
Sacude su cabeza.
—¿Qué dice Ángela?
Me muevo incómoda.
—No hemos hablado del tema.
Mira mi cara, sus ojos entrecerrándose ligeramente.
—¿Le has contado a alguien más? —lee mi expresión de culpabilidad—. ¿Por qué?
Suspiro.
—No lo sé.
—¿Por qué no le has dicho a Emi? Esa es la razón por la que ella se convirtió en tu guardián, ya sabes, para ayudarte en cosas como ésta.
Porque ella no es mi mamá, pienso.
—Emi se acaba de casar con tu tío —explico—. No quiero expresar mi depresión justo cuando es su luna de miel. Y, Ángela, bueno, ella tuvo su tema en Italia.
—¿Qué tema? —pregunta, frunciendo el ceño.
Muerdo mi labio. Desearía poder contarle sobre Camilo.
—¿Quién es Camilo? —pregunta Thiago—. Espera, ¿él no fue el ángel quién le contó a Ángela sobre las Alas Negras? —sus ojos se amplían mientras encuentra los míos—. ¿Él es el misterioso novio italiano?
Es oficial. Apesto guardando secretos, especialmente a él.
—¡Oye! ¡No leas mi mente! ¡No puedo hablar sobre ello! —espeto—. Lo prometí.
—Entonces deja de pensar en eso —dice, lo que hace que piense más en ello—. Caray, Ángela y un ángel.
Hay un momento de silencio.
—Así que eh…de regreso a tu visión.
—No te lo dije porque no quería volver a tener una visión —confesé—. No ahora mismo. Siento no habértelo dicho —dije—. Debí decir algo.
—Yo tampoco te conté sobre la mía. Básicamente por la misma razón. —Se detiene—. Es irónico —agrega—. Tú has estado teniendo un visión de oscuridad y yo de luz.
—¿Qué quieres decir?
—Todo lo que veo es luz. No sé dónde estoy. No sé lo que se supone que estoy haciendo. Sólo luz. Me tomó unas cuantas veces descubrir qué era.
—¿Qué era qué?
—La luz. —Me mira—. Es una espada.
Mi boca se abre.
—¿Una espada?
—Una espada flameante. Primero en todo lo que pensaba era. ¿Qué genial es eso? Tengo una espada, hecha de fuego. ¿Genial, verdad? —su sonrisa se desvanece—. Pero luego empiezo a pensar sobre lo que podría significar, y cuando le conté a mi tío, él se volvió loco. Me empezó a obligar a hacer más ejercicio.
—¿Por qué?
—Porque obviamente voy a tener que pelear.
—¿Contra quién?
—No tengo idea. Pero mi tío se está asegurando que esté preparada para lo que sea.
—Caray —digo—. Lo siento.
—Sí bueno, es obvio que nunca tendremos vidas normales, ¿verdad?
Silencio.
—Lo descubriremos, Thiago —digo, finalmente.
Él asiente, pero hay algo más que lo moleta, una pena que llega hasta mí y hace que encuentro sus ojos. Luego sé sin tener que preguntar que su tío se está muriendo. Está llegando a la regla de los ciento y veinte años.
—¿Cuándo? —susurro.
—Pronto. Unos pocos meses, es su mejor chance. Él no quiere que esté ahí. No quiere que lo vea así.
Lo entiendo. Al final mi mamá estaba tan débil que ni siquiera podía ir al baño.
Deslizo mi mano sobre la suya, lo que lo sorprende. La electricidad familiar pasa entre nosotros, haciéndome más fuerte. Más valiente. Recuesto mi cabeza en su hombro. Intento consolarlo de la forma en qué siempre lo ha hecho.
—Estoy justo aquí —le digo—. No me voy a ninguna parte.
—Gracias.

No hay comentarios:

Publicar un comentario