domingo, 4 de mayo de 2014

SIn Límites: Veinte I

A salvo

Peter no ve inmediatamente a J. Cruz o a los otros, sólo tiene ojos para mi.
—Volviste —dice, con tanto alivio en su voz que quiero llorar y también advertirle de J. Cruz.
—¿Y quién es este que se ha unido a la fiesta? —pregunta J. Cruz.
Por un momento nadie hablar. Peter se pone derecho, y sé que está deseando haber traído su pistola esta vez.
—Este debe ser Peter —dice Martina, colocándose a su lado—. Stefano me contó todo sobre él. Es el novio de Mar.
—Ah.  Un humano frágil —dice J. Cruz—. Interesante.
—No es mi novio —digo, encontrando mi voz.
—¿Ah no? —dice J. Cruz, mirándome sorprendido. Está disfrutando de esto.
—Terminamos. Es como dijiste, es un humano. Él no me entendía, no funcionó.
La mano de Thiago se aprieta contra la mía, y él se da cuenta que aunque lo que estoy diciendo es técnicamente cierto, también es una mentira, y puede sentir lo desesperada que estoy porque J. Cruz se lo crea. No quiero que utilicen a Peter como carnada.
—Ella está conmigo ahora —dice Thiago.
—Es cierto, ustedes dos se ven asquerosamente unidos —dice J. Cruz—. Pero, me pregunto: ¿Por qué viniste aquí? ¿Por qué, de todos los lugares en la tierra, llegaste aquí, a este chico?
Encuentro los ojos de Peter y trago. Y sé la respuesta: él es mi casa.
—Martina, sé educada y sostiene al humano, ¿de acuerdo?
Inmediatamente, hay una cuchilla en la garganta de Peter. Martina toma su brazo y lo aparta de J. Cruz, sus ojos brillando con la emoción. Escucho la pena que hace que la cuchilla vibre mientras toca el cuello de Peter, y él hace una mueca.
—Ahora —dice él—, negociemos. Creo que un intercambio está bien para la ocasión. Una vida por otra vida.
—Yo iré —se ofrece Ángela—. Volveré contigo, Padre.
—No te quiero a ti. No has sido más que desilusión para mí, desde que te encontré. Mírate. —Sus ojos escanean su cuerpo, quedándose en las marcas de su brazo. Mala hija.
Ella no responde, pero parte de ella parece temblar por dentro. Nadie me ama, pasa por su mente.
—Quiero a Stefano —dice Martina, como una niña demandando su juguete favorito—. Ven, bebé, ven conmigo —le dice, sonriéndole.
Stefano toma un gran respiro y empieza a caminar hacia adelante, pero yo coko su brazo y lo jalo.
—Querida, dulce Martina —dice J. Cruz—, sé que tienes un flechazo con este chico, y sé que te puse a trabajar con él, pero creo que prefiero tener a esa.
Me apunta.
—No —dicen Thiago y Peter a la vez.
—¿Lo ves? —dice J. Cruz, sonriendo—. Ella vale mucho. Estoy ansiando saber cómo saliste del infierno. Alguien te enseñó, ¿verdad?
—Llévame a mí—dice Thiago.
—Ni siquiera sé quién eres. ¿Por qué te querría?
—Él es el que asesinó a mi hermana —acusa Martina.
Los ojos de J. Cruz brillan.
—¿Es cierto? ¿Mataste a mi hija?
—Thiago, no….
—Sí —dice Thiago—, pero yo soy tu hijo.
Su hijo. Oh Dios Mío, no esperaba eso.
Martina jadea, sus ojos amplios. Si Thiago es hijo de J. Cruz, eso significa que también es su hermano. Su hermano y el hermano de Ángela. Estamos teniendo una especie de reunión familiar.
¿Cuánto tiempo habrá sabido eso?, me pregunto. ¿Por qué no me lo dijo?
—¿Mi hijo? —dice J. Cruz con ojos amplios—. ¿Por qué pensarías que eres mi hijo?
—¿Eres el recolector, verdad? Recogiste a mi madre, se llamaba Bonnie. Una Dimidius. La conociste en Nueva York, en 1993.
—Ah, lo recuerdo —dice J. Cruz—. Ojos verdes. Cabello largo. Una pena lo que le pasó. Odio destruir cosas hermosas. Pero simplemente no me quería decir donde podía encontrarte. Dime, ¿tienes puntos negros en tus alas?
—Cállate —murmura Thiago, demasiado enojado.
—Bueno ahora, eso cambia las cosas. Tal vez te quería, después de todo. Aunque tendrás que ser castigado, supongo, por matar a Olivia.
—No —digo firmemente, sacudiendo mi cabeza—. Iré contigo. Peter es mi responsabilidad, de nadie más. Yo iré.
Mar —gruñe Thiago en mi mente—. Deja de hablar y déjame hacer esto.
No eres mi jefe. Piénsalo. Lo que acabas de contarle, fue increíblemente valiente, y sé que lo hiciste por mí, pero fue…estúpido. Tenemos que ser inteligentes con esto. De todos, yo soy la que más posibilidades tiene de salir del infierno.
No sin mí —dice él—. Te volverás loca ahí sin alguien en quién sostenerte.
Encuentra a mi padre —digo, ignorándolo—, tal vez él pueda ir por mí. Iré, no hay más discusión. Además, tú eres el que está sosteniendo la gloria.
Y con eso, antes que pueda responder, salgo del círculo. Peter gruñe cuando me acerco a ellos.
—Suéltalo —digo, mi voz delgada—. Una vida por otra vida, como dijiste.
J. Cruz asiente hacia Martina, cuya cuchilla desaparece, pero aún sostiene la chaqueta de Peter.
—Déjalo caminar hacia la gloria —digo.
—Primero, ven conmigo —insiste J. Cruz.
—¿Qué te parece si lo hacemos al mismo tiempo?
Sonríe.
—De acuerdo. Ven.
Doy un paso hacia él, y Martina se acerca al círculo con Peter.
No dejes que te toque —susurra Ángela en mi mente—, te envenenará.
Ese es un problema que no sé cómo voy a evadir. J. Cruz abre sus brazos como si me estuviera dando la bienvenida a casa. No puedo evitar dejarlo tocarme y unos pocos segundos, sus manos están en mis hombros, luego sus brazos alrededor de mí, y Ángela tiene razón, mi mente se llena de remordimiento. Todos los fracasos, cada mal movimiento que he hecho, cada duda que he tenido de mí misma, todo viene hacia mí. Fui a una chica egoísta, despreciable con la gente a mí alrededor. Nunca agradecí, fui una hija desobediente, una mala hermana, una terrible amiga. Débil. Cobarde.
J. Cruz murmura algo bajo su aliento y sus alas aparecen. El mundo se está desvaneciendo, convirtiéndose en negro y frío y sé que en cualquier momento estaremos de nuevo en el infierno y esta vez no habrá forma de combatir la pena. Me hundirá.
Volteo mi cabeza para obtener una última mirada de Peter a través de las alas blancas de J. Cruz.
Le mentí. Le rompí el corazón, lo traté como un niño. No fue fiel, lo lastimé.
—Sí —dice J. Cruz, un siseo de serpiente en mi oreja—, sí.

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