domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Diez II

Así que finalmente llega el gran día, 13 de Febrero, el día en que se cumplirá el destino de Ángela. Ambas nos dirigimos hacia el lugar indicado para encontrarnos con un ángel. Ángela está tan emocionada, su piel está brillando y sus ojos también. Se ha vestido para la ocasión, completamente maternal y toca su panza, sintiendo a su hijo, y sintiéndose como la madre que es.
—Ahí está —susurra ella de pronto, cogiendo mi mano.
Ahí está él. De pie, con su espalda hacia nosotros, con un traje gris como ella lo describió.
Ángela me entrega su cartera.
—Aquí voy —dice.
—Estaré justo detrás de ti —le prometo y la sigo, bajando las escaleras.
Ella se toma su tiempo en llegar hasta Camilo. Toca su hombro y él se voltea. Definitivamente es Camilo, no se equivocó. —
—Hola —dice, casi sin aliento.
—Hola Ángela —dice él, sonriendo—. Es bueno verte.
Se inclina hacia abajo y le da un beso en la boca.
—¿Cómo estás? —pregunta ella, como si se tratara todo esto de él.
—Estoy mejor, al verte —dice.
Oh por Dios.
—Eres una visión—dice—. Podría pintarte, ahora mismo.
—También estoy mejor por verte —dice ella y se aleja apenas, mirando al suelo.
Acaricia su panza con su mano. La sonrisa de él se desvanece cuando sus ojos viajan hacia su cuerpo. Juro que veo cómo el color de su cara va palideciendo.
—Ángela —jadea—. ¿Qué te pasó?
—Tú me pasaste —dice ella, con una burla en su voz—. Es tuyo, Camilo.
—Mío —dice, casi sin aliento—. Imposible.
—Nuestro —dice ella.
No la puedo ver, pero sé que está sonriendo, con esa sonrisa llena de esperanza, que no es normal en ella. Una Ángela vulnerable, tan abierta. Coloca una mano en su hombro de nuevo y la deja recostada, al tiempo que mira sus ojos.
—El siete es nuestro.
Un escalofrío pasa por mi cuerpo. Por el rabillo del ojo creo ver el aleteo de un alas negras, pero cuando miro hacia ese lugar ya no veo nada. Regreso mi atención a Camilo. Él saca su mano y la coloca en su panza, sus ojos aún incrédulos, y por unos cuántos segundos creo que todo irá bien, como dijo Ángela. Él cuidará de ella, protegerá a los dos.
Pero luego alguien toma control de su humanidad y capto un atisbo de un alma gris. Él mira alrededor salvajemente, como si no fuera seguro estar en público con ella. Está aterrado.
—Camilo, di algo —dice Ángela.
Él alza la mirada.
—No debiste decírmelo —murmura sin emoción—. No debería de estar aquí.
—Camilo —dice ella, alarmada—. Sé que estás aturdido. También lo estuve yo, créeme. Pero se supone que esto debía de suceder, ¿no lo ves? Esta es mi visión, mi propósito. He visto este momento desde que tenía ocho años. Eres tú, Camilo. Podemos estar juntos. Se supone que debemos de estarlo.
—No —dice él—. No debemos.
—Pero te amo —su voz se quiebra—. Mi corazón ha sido tuyo desde la primera vez que te vi en la iglesia. Tú también me amas. Lo sé.
—No puedo amarte —dice firmemente, y ella tiembla—. No puedo protegerte Ángela. No debiste habérmelo dicho. No debiste decirle a nadie.
—Camilo —ruega ella.
Ella busca en su bolsillo y saca un ultrasonido, como una foto de un bebé, como si eso pudiese cambiarle su mente, pero él atrapa su mano y cierra sus dedos sobre el papel antes que ella lo pueda abrir. Su mirada se alza hacia sus ojos, alza su otra mano hacia su rostro, sus dedos acariciando su mejilla, y por un segundo él se ve dolido.
Luego desaparece. Sin decir adiós. Sin decir Lo siento, pero estás por tu cuenta, querida. Simplemente se ha ido.
Corro hacia Ángela mientras ella cae de rodillas.
—Está bien —digo, una y otra vez, como si eso lo convirtiera en verdad.
Ella me mira con lágrimas en sus ojos. Sus manos están temblando cuando la ayudo a levantarse, pero no me deja que lo haga. Está al tanto de todos los estudiantes mirándonos, así que alza su cabeza y empieza a caminar de regreso. Intento colocar mi brazo alrededor de ella, para ayudarla, pero ella me aparta.
—Estoy bien —dice, casi monótona—. Vámonos.
***
De regreso en la universidad, ella se mueve como un zombie, quitándose la ropa y lanzándola al suelo hasta que solo se queda en camisola y pantalonetas.
Su compañera de cuarto ingresa y yo me encargo de sacarla de la habitación, diciéndole que regrese más tarde.
De pronto, Ángela ríe como si todo esto fuera realmente gracioso, como si Camilo le hubiese hecho un truco.
—Bueno, eso no sucedió como esperaba —dice, sonriendo horriblemente, con el corazón roto.
—Oh, Angie.
—No hablemos de ello. Estoy bien.
Se mete a la cama y sube las sábanas hasta su mentón. Me siento en la esquina de su cama y no digo nada, porque todo lo que diga sonará completamente estúpido.
—Acordamos desde el principio que no hablaríamos de amor. —Rueda y me da la espalda—. Debí haber recordado eso —agrega, con su voz delgada—. Está bien. Estoy bien con eso. Lo entiendo.
—No. No está bien —digo—. Esta también es su responsabilidad. Él debería estar aquí para ti.
—Es un ángel —dice—. Es lo mismo que sucedió con tu padre. Ahora lo entiendo. No puede estar contigo todo el tiempo, no puede protegerte.
No es lo mismo, pienso. Mi papá se casó con mi mamá. Estuvo en mi cumpleaños, en mis primeros pasos, mis primeras palabras. Cuidó de nosotros, incluso si eso fue por un tiempo. Pero no se lo digo.
—Angie. —Coloco una mano en su hombro.
—No me toques —dice, afiladamente—. Por favor…no quiero que leas mi mente.
Empieza a llorar. Su humillación me golpea con fuerza. Su vergüenza, su miedo, su miseria. Por supuesto que no me ama, piensa.
Me recuesto a su lado y coloco mis brazos a su alrededor, la abrazo por la espalda mientras ella solloza. Lágrimas corren por mis mejillas mientras lo siento por ella. Por un minuto no puedo respirar y no puedo pensar.
—Estará bien —le digo—. Estás mejor sin él.
Ella se sienta, apartándose de mí, y toma un profundo y tembloroso respiro. Luego usa la sábana para limpiarse los ojos.
—Lo sé —dice—. Todo estará bien.
Después de un tiempo, se vuelve a recostar. Mi corazón duele por ella, pero no me atrevo a volverme a acercar. Escucho como su respiración se va calmando, y se va haciendo más profunda, hasta que creo que se ha quedado dormida. Pero luego habla.
—Ya no quiero estar aquí —dice—. Quiero irme a casa.

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