domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Nueve II

Pensaba ir a un lugar silencioso para poder pensar, pero cuando la gloria se desvaneció y mis ojos se ajustaron, me encontré a mí misma encerrada en un espacio bastante oscuro. Casi tuve un ataque de pánico pensando que era mi visión, pero luego me calmé al recordar que Thiago no estaba aquí. Me tambaleé hacia adelante, mis brazos estirados, sintiendo el suelo con mis pies. Busqué la pared, áspera y de madera, y empecé a caminar lentamente. De pronto me golpeo con algo, como una fila de estantes contra la pared, las cuales de pronto se caen al suelo con un sonido fuerte. Me apresuro en arreglarlas, luego me llega todo y vuelvo a llamar a la gloria para que ilumine mi camino.
Alzo mi mano y me concentro en la gloria dentro de mí, de la forma en que Papá dice que debes hacer con una espada de gloria. Me impresiono cuando soy capaz de formar una bola brillante en mi mano, que se siente caliente y produce cosquillas en mis dedos.
Miro alrededor y es ahí cuando me doy cuenta en dónde estoy. Estoy en una granja…una granja muy familiar.
Mierda.
Me dirijo hacia la puerta, pasando los establos de caballos. Midas mueve su cabeza en forma de saludo, sus orejas se inclinan hacia adelante, sus ojos puestos en mí y en la bola brillante en mi mano.
—Hola guapo —le digo, acariciando su nariz con mi mano libre—. ¿Cómo estás? ¿Me extrañas?
Se inclina hacia abajo y lanza un aliento mojado y lleno de olor en mi cuello, luego gentilmente acaricia mi hombro.
—Oye, córtalo —digo, riendo.
De pronto, la granja se llena de luz. Midas retrocede y silba en alarma. Me volteo para encontrarme en frente de una pistola. Grito y alzo mis manos inmediatamente en rendición, mi gloria instantáneamente se disipa.
Es Peter.
Él suelta un aliento exasperado.
—¡Dios santo, Mar! ¡Me asustaste!
—¿Te asusté?
Baja la pistola.
—Eso te pasa por meterte a escondidas en la granja de la gente en mitad de la noche. Tienes suerte que fuera yo y no mi padre quién te escuchar, de otro modo estarían sin cabeza ahora.
—Lo siento —balbuceo—. No quise venir aquí.
Aún está usando su piyama de franela con botones, debajo de un abrigo grande. Coloca la pistola en una mesa y se acerca a Midas, quién está lanzando su cabeza hacia atrás y golpeando la puerta.
—A los caballos no les gusta las sorpresas —dice él.
—Obviamente.
—Está bien, compañero —dice Peter.
Peter saca de su bolsillo unos cuantos caramelos. Inmediatamente Midas se acerca, los huele y Peter lo alimenta.
—¿Siempre tienes caramelos en caso de emergencia? —pregunto.
—A él le gusta este tipo de caramelo —dice, encogiéndose de hombros—. De hecho, lo hemos dejado comer cuántos quiera. Se está poniendo gordito. —Acaricia el cuello de Midas, luego me mira—. ¿Quieres alimentarlo?
—Claro —digo, y él me entrega unos cuantos.
—Mantén tu mano plana —me instruye Peter—. O podrás perder tu dedo.
Midas alza su cabeza y se mueve impacientemente mientras me acerco. Luego coloca su nariz en mi palma y agarra un caramelo, masticándolo ruidosamente.
—Hace cosquillas. —Me río.
Peter sonríe, y agarro más caramelos de su bolsillo, y por un minuto las cosas parecen normales entre los dos.
—Te ves bien —dice Peter, mirándome apreciativamente, hacia mi cabello suelto y mi maquillaje—. Esta vez no es un funeral.
—No —digo, sin saber qué más decir.
—Una cita.
Estoy tentada a mentir, decir que estaba con un grupo de chicos, sin hacer nada especial. Pero, soy mala mintiendo y Peter es bueno dándose cuenta de ello.
—Sí, una cita.
—Con Bedoya —concluye.
—¿Importa?
—Supongo que no.
Acaricia suavemente la nariz de Midas, luego se voltea y retrocede unos cuantos pasos. La mirada en su rostro me está matando, como si estuviera intentando fingir que no le importa, pero lo conozco.
—Peter…
—Nah, está todo bien —dice—. Supongo que debería haber esperado que él haga su movida, ahora que nosotros hemos terminado. ¿Cómo les fue?
Lo miro fijamente.
—Bueno, no puede haber salido bien, o no estaría aquí en mitad de la noche.
—Eso —digo, cuidadosamente—, no es de tu incumbencia, Peter Lanzani.
—Bueno, tienes razón —dice—. ¿Tenemos que seguir adelante, verdad? Pero desde mi punto de vista, hay algo muy grande que no nos deja avanzar.
Me quedo sin aliento.
—¿Ah sí? ¿Qué?
Me mira con frialdad.
—Te sigues apareciendo.
—Mira… —decimos al mismo tiempo. Él suspira.
—Tú primero —digo.
Se rasca la parte de atrás del cuello.
—Quería decirte que siento haber sido un idiota contigo. Tenías razón, me he comportado como un imbécil.
—Estabas sorprendido. Y tienes razón, estoy invadiendo tu espacio.
Él asiente.
—Aún así, no hay escusa. No eres la peor cosa que podría aparecer de pronto en mi vida.
—Genial. No soy la peor cosa.
—Nop.
Reímos, y se siente bien. Se siente como los viejos tiempos. Pero luego pienso, tal vez yo soy la peor cosa que podría aparecer en su vida. Me está mirando con un destello de nostalgia en sus ojos. Pero no puedo acercarme a él, no soy buena para él.
—Tu turno —dice.
—Oh. —Me doy cuenta que no recuerdo lo que le iba a decir. Así que apunto mi pulgar hacia la puerta detrás de mí—. Iba a decir que debería irme.
—De acuerdo.
Se ve confundido cuando no me muevo. Luego sorprendido.
—Oh, claro. Quieres que me vaya.
—Puedes quedarte. Sólo, la gloria…
—Está bien —sonríe, hoyuelos formándose, luego se dirige hacia la puerta—. Tal vez te veré por ahí, Zanahoria.
No, no lo harás, pienso. Tengo que detener esto. No puedo seguir viniendo aquí. Tengo que alejarme.
Peter me llamó Zanahoria.

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