domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Siete

Cuando conocí a tu madre

Son unas cuantas semanas después, en vacaciones de invierno, que estoy al lado de Thiago, sosteniendo su mano mientras observamos el ataúd de su tío ser bajado hacia el suelo. El círculo de personas alrededor es familiar, todos los miembros de la congregación.
—Amén —dice uno de los señores.
La multitud se aparta, todos se dirigen a casa porque temen que haya una tormenta; el clima está fuerte hoy. Thiago se queda y yo también lo hago.
Thiago no dice nada mientras los hombres trabajan y llenan el hueco. Un músculo se mueve en su mejilla. Me acerco más a él, hasta que nuestros hombros se tocan; deseo que sienta lo que yo sentí con su presencia en el funeral de mi madre. Thiago amaba a su tío, puedo sentirlo. Está dolido ahora que él ya no está, su sensación de estar sólo en el mundo.
No estás solo —le susurro en su mente.
—Lo sé —dice en voz alta, su voz áspera por resistir las lágrimas.
Me sonríe y me mira, sus ojos oscuros y brillosos.
—Gracias por venir aquí —dice.
—Quería hacerlo.
Él asiente, se queda mirando la banca blanca al lado de la tumba de su tío, la que funciona como la tumba de su madre. Toma un gran respiro y lo suelta.
—Debería irme de aquí, también.
—¿Quieres que vaya contigo? —pregunto.
—No. Estará todo bien —dice.
Se voltea, luego se detiene y regresa. Sonríe de una forma triste y me mira directamente a los ojos.
—Esto va a sonar raro e inapropiado, probablemente…pero…¿Saldrías conmigo, Mar?
—¿Salir a dónde? —digo estúpidamente.
—En una cita.
—¿Qué, quieres decir ahora?
Él ríe, algo avergonzado.
—Dios —dice, luego cubre su cara con sus manos—. Me iré a casa. —Quita las manos de su rostro y me sonríe—. Pero tal vez cuando regresemos a la universidad. Lo digo en serio. Una cita oficial.
Una cita. Recuerdo la fiesta de promoción hace dos años, la forma en que me sentí estar en los brazos de Thiago mientras bailábamos, envuelta por su olor, su calidez, mirando sus ojos y sintiendo que finalmente él me estaba viendo. Por supuesto, eso fue antes que Luna tuviese una caída y Thiago optara por llevarla a casa a ella en lugar de mí.
Él suspira.
—¿Nunca se va a olvidar eso, verdad?
—Probablemente.
—¿Así que ese es un no?
—No.
—¿No?
—Quiero decir, no es un no. Es un sí. Saldré contigo.
Ni siquiera necesito pensarlo. Siempre han sido fuegos, bailes formales y funerales. ¿Acaso no nos merecemos una salida normal por una vez? Y han pasado más de seis meses desde que terminé con Peter. Debo darle una oportunidad.
—Estoy pensando en una cena y una película —dice.
—Me encantaría.
Y de pronto no sabemos qué decirnos, y mi corazón está latiendo rápido, y los hombres están colocando lo último antes de cerrar por completo el hueco.
—Voy a … —Apunto a la colina, hacia la tumba de mi madre.
Él asiente, luego coloca sus manos en los bolsillos y se aleja hacia su camioneta.
Subo la colina y me coloco en frente de la tumba de mi madre. Planeo empezar a hablarle como hacen muchos, pero yo sé que ella no está aquí, ella se encuentra en la luz.
Unos minutos después siento a alguien cerca y cuando reconozco la tristeza, sé quién se ha unido.
—Sal —digo—. Sé que estás ahí.
Hay un momento de silencio antes de escuchar pasos. Sam emerge de los árboles. Nos miramos uno al otro.
—¿Por qué estás aquí Sam? —pregunto—. ¿Qué quieres?
—¿Por qué me lo diste? —pregunta después de un largo momento—. ¿Te pidió que lo hagas?
Sé a qué se refiere. Al brazalete que le di.
—Me dijo que lo use en el cementerio.
—La primera vez fue en Francia —dice—. ¿Te contó alguna vez?
Sonríe y me mira.
—Estaba trabajando en un hospital. En el momento en que la vi, supe que era especial. Un día ella y las otras enfermeras fueron a la ciudad, a un lago a nadar. Ella se estaba riendo de algo que una de las chicas dijo y luego sintió mis ojos puestos en ella y alzó la mirada. Las otras chicas también me vieron y nos dejaron solos. Se acercó a mí. Olía a nubes y rosas, recuerdo.
«Me congelé ahí, me quedé mirándola, sintiéndome tan extraño, y ella hizo una mueca antes de buscar mi bolsillo, donde siempre tenía un paquete de cigarros. Agarró uno y devolvió el paquete. Me dijo: Oye Señor, hazte útil y préndeme el cigarro, ¿sí?. Me tomó un momento darme cuenta lo que quería, y como no tenía un encendedor, se lo dije y ella agregó: Bueno, bastante suerte tienes, ¿no? Se volteó y me dejó. Pasó un tiempo antes que le hable de nuevo. Y no mucho antes que me deje besarla….»
—¿Por qué crees que quiero escuchar esto? —lo interrumpo.
La esquina de su boca se alza en una pequeña sonrisa.
—Eres bastante parecida a ella. Cuéntame una historia de ella. Algo pequeño. Algo nuevo.
—¿Por eso me estás acosando? ¿Para contar historias?
—Cuéntame —dice.
Mis pensamientos buscan algo para contarle. Por supuesto que tengo muchas historias de ella, aleatorias y estúpidas. Pero no quiero compartir ninguna con él. Nuestras historias no le pertenecen.
Sacudo mi cabeza.
—No puedo pensar en una.
Su mirada se oscurece. No puede hacerme daño aquí, estoy en tierra santificada, pienso. Pero aún así estoy temblando.
—Está bien —dice—. Tal vez en otra ocasión.
Seriamente, lo dudo. Cuando estoy por irme, creyendo que con eso hemos terminado, él me detiene.
—Espera —dice—. No tienes que tenerme miedo, pequeño pajarito. No te haré daño.
—¿Eres cómo el líder de los Observadores, verdad? ¿No es tu trabajo intentar hacerme daño?
—Ya no —dice—. Me quitaron…el cargo.
—¿Por qué?
—Mi hermano y yo teníamos opiniones distintas —dice con cuidado—, respecto a tu madre.
—¿Tu hermano?
—De él es quién debes temer realmente.
—¿Quién es él? —pregunto.
—Juan Cruz.
El nombre suena familiar. Creo que Emi lo mencionó alguna vez.
—Juan Cruz busca a los Triplare. Siempre ha fantaseado con ser un coleccionista, de mujeres hermosas, de hombres poderosos, de ángeles de sangre, especialmente con aquellos con alta concentración de sangre. Si él descubre lo que realmente eres, no descansará hasta que te sometas a su deseo o te destruirá.
Me volteo, las palabras resonando en mi cabeza.
—Todo es muy interesante, Sam, pero no tengo idea de qué estás hablando. Así qué, bueno, esto ha sido bonito pero hace frío y tengo que estar en otro lado.
Le doy la espalda una vez más y me alejo.
***
Estoy pensando en cocinar algo para Emi y para mí, y tal vez empezar a colocar decoraciones de Navidad, ver si llamo a Cande para ver una película o algo. Necesito un tiempo normal. Pero primero tengo que parar en la tienda de comestibles.
Es ahí donde, en medio de la parte de verduras, me encuentro con Peter.
—Hola —digo sin aliento.
Insulto a mi estúpido corazón por la forma en que salta cuando lo veo ahí de pie, en una camiseta blanca y pantalones vaqueros, sosteniendo una canasta con manzanas rojas, un limón, un paquete de mantequilla y una bolsa con azúcar blanca.
Me mira por un minuto como si estuviera decidiendo entre molestarse en hablarme.
—Estás horriblemente vestida —dice finalmente.
Se refiere a mi abrigo y vestido negro, las botas del mismo color y mi cabello atado en un nudo.
—Déjame adivinar: mágicamente te estabas transportando a una fiesta lujosa en Stanford y te perdiste en el camino.
—Vengo de un funeral.
Inmediatamente su rostro se suaviza.
—¿De quién?
—El tío de Thiago.
Asiente.
—Escuché la noticia. ¿Un ataque al corazón, verdad?
No respondo.
—O no. Él era uno de los tuyos.
Los míos. Lindo. Empiezo a alejarme, porque es lo más inteligente por hacer, simplemente irme, no enlazarme con él. Pero luego me detengo, me volteo.
—No lo hagas —digo.
—¿Hacer qué?
—Sé que estás enojado conmigo, entiendo tu motivo, pero no tienes que ser así. Eres el chico más lindo, dulce y decente que conozco. No seas un imbécil por mi culpa.
Mira al suelo, traga con fuerza.
—Mar…
—Lo siento, Pitt. Sé que quizás no vale mucho que lo diga. Pero lo siento. Por todo. —Me volteo para irme—. Me alejaré de tu camino.
—No llamaste —dice antes que me vaya por completo.
Parpadeo ante él, aturdida.
—¿Qué?
—Este verano. Cuando regresaste de Italia, antes de irte a California. Estuviste aquí por dos semanas, ¿verdad? Y no llamaste. Ni una sola vez —dice, en tono acusatorio.
—Quería hacerlo —digo, lo que es cierto. Cada día pensé en llamarlo—. Estaba ocupada —digo, lo que es mentira.
Él se burla, pero el enojo se ha ido de su rostro.
—Podríamos haber salidos, antes de que te fueras.
—Lo siento —murmuro de nuevo, porque no sé qué más decir.
—Es sólo que…tal vez podríamos…ser…amigos.
Se ve tan vulnerable ahora, mirando sus botas, sus orejas ligeramente rojas, sus hombros tensos. Quiero colocar mi mano en su brazo. Quiero sonreír y decir: Claro. Seamos amigos. Me encantaría. Pero tengo que ser fuerte. Tengo que recordar el por qué terminamos: él tiene que tener una vida normal, sin ataque de un ángel caído al final de una cita, donde pueda besar a su novia sin que ella brille como una estrella. Necesita a alguien normal, alguien que envejezca junto a él. Que pueda proteger de la forma en que un hombre protege a su mujer y no al revés. Alguien que no sea yo.
Tomo un gran respiro.
—No creo que sea una buena idea.
Él alza la mirada.
—No quieres que seamos amigos.
—No, no quiero.
Es mejor así, es mejor así. Él tiene que vivir su vida y yo la mía, intento convencerme.
—Está bien —dice, con la mandíbula tensa—. Lo entiendo. Terminamos. Continuamos con nuestras vidas.
Sí, necesito decirle, pero no puedo formar la palabra.
Él asiente, flexiona sus manos.
—Me tengo que ir —dice—. Tengo que hacer tareas en el rancho.
Se mueve al final de la isla, luego se detiene. Hay algo más que quiere decirme.
—Que tengas una linda vida, Mar —dice—. Te mereces ser feliz.
Mis manos se convierten en puños mientras lo observo alejarse.
Tú también, pienso. Tú también. 

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