domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Veintiuno II

Abro mis ojos y encuentro la cara de Thiago mirando la mía.
—Hola —susurra—. ¿Cómo te sientes?
—Bien. —Miro alrededor, en busca de Uriel, pero no hay señales de él.
Thiago me da espacio para sentarme. Coloco una mano en mi frente. Me siento mejor ahora, más como yo misma. O tal vez es sólo porque Thiago está aquí.
—¿Cuánto tiempo he estado inconsciente?
—Oh, ya sabes. Unos cuantos días—responde feliz—. Como, tres.
—Bueno, una mujer debe tener su hermoso sueño —digo.
Él ríe.
—Estoy bromeando. Tal vez como ocho horas. No mucho.
—¿Dónde está Peter? —pregunto inmediatamente—. ¿Está bien?
Hay una sombra de haber perdido en su sonrisa, como una resignación.
—Está bien. Está abajo, en la habitación de tu madre. Él también ha estado preguntando por ti.
—¿Qué sucedió? En el lago, quiero decir.
—Lo curaste —dice—. Lo curaste hasta que te desmayaste, hasta que dejaste de respirar por unos cuantos segundos, y luego Stefano lo golpeó en el pecho unas cuantas veces, le dio respiración boca a boca, y él volvió a la vida. Él vomitó como un galón de agua, pero regresó. —Thiago me mira a los ojos—. Lo salvaste.
—Oh.
—Sí—dice con una mueca—. Eres una presumida. Primero nos sacas del infierno, luego derrotas al Observador más grande y fuerte, y después vas en busca de un ángel, hacia la altitud más alta, para finalmente resucitar a un muerto. ¿Ya terminaste? Porque sinceramente, no sé si puedo tener más emoción en esta vida.
Miro a otro lado, presionando mis labios para evitar sonreír.
—Eso creo.
Luego le cuento sobre la visita de Uriel.
—Creo que es mi abuelo —digo lentamente—. Él no me lo dijo, pero tengo la impresión que él me veía como familia.
—¿El padre de tu mamá?
—Sí. Así que tal vez podamos regresar a Stanford. Somos libres de vivir una vida normal por un tiempo. ¿Es algo bueno, verdad?
Se muerde el labio.
—Creo que me tomaré un tiempo fuera de la universidad.
—¿Por qué? —pregunto.
Aparta su cabello lejos de sus ojos.
—Creo que no debí ir a Stanford, fui por las razones equivocadas. No sé si pertenezco ahí.
—Así que te irás.
—Puede que viaje con Ángela y Joaco, encontraremos un lugar que no llame la atención por un tiempo. Ella necesita descansar.
—¿Por qué nunca me dijiste que era tu hermana?
Se encoge de hombros.
—Aún me estaba acostumbrando a la idea. Leí en su diario sobre su padre, y conecté su información con la mía. Pero no se sintió real hasta que….
Hasta que vio cara a cara a Juan Cruz.
—Así que Joaco es tu sobrino —digo.
Asiente rápidamente ante la idea.
—Sí. Lo es.
—¿Cuándo? —pregunto, refiriéndome a su partida.
—En cualquier instante. Sólo quería despedirme. —Ve mi expresión aturdida—. No te preocupes. Me mantendré en contacto.
Se pone de pie. Sonríe como si todo fuera normal, pero puedo sentir que esto lo está matando. Dejarme, va en contra de todos sus instintos, todo lo que le dice su corazón.
—Fue en serio, lo que dije en el infierno —dice—. Eres mi espada de gloria, ¿lo sabes? Mi verdad.
—Thiago…
Alza su mano como diciendo: Déjame terminar.
—Vi la mirada en tu rostro cuando él murió. Vi lo que estaba en tu corazón, y es real. Todo este tiempo me dije a mí mismo que era un corazonaso, y que pronto lo olvidarías, luego serías libre conmigo. Pero no es una fase, o una terquedad a no aceptar tu destino. Lo sé. Ahora perteneces a él, es tu destino. —Traga—. Estuvo mal el besarte ese día en el cementerio.
Hay lágrimas en mis ojos, así que las limpio.
—Eres mi mejor amigo —susurro.
Baja la mirada.
—Sabes que siempre voy a querer ser más que eso.
—Lo sé.
Un silencio incómodo se interpone entre nosotros. Luego él se encoge de hombros y me da su sonrisa característica.
—Bueno, ya sabes, ese Peter no estará aquí para siempre. Tal vez esté contigo en unos cientos de años o por ahí.
Me quedo sin aliento. ¿Realmente lo dice en serio, o es una forma de bromear? Me pongo de pie, cuidadosamente, en caso aún esté débil. Pero me siento sorprendentemente bien. Lo miro directamente y pienso en la palabra longevidad.
—No me esperes, Thiago. Eso no es lo que quiero. No puedo prometerte…
Hace una mueca.
—No lo llamaría esperar —dice—. Tengo que irme.
—Espera. No te vayas todavía.
Se detiene. Cruzo la habitación hacia él y alzo su camisa. Por un segundo se ve completamente confundido, pero luego coloco mi mano en una herida de su costado, que todavía no ha sanado. Aclaro mi cabeza tanto como puedo, luego le doy gloria a mis manos. Y viene.
Él jadea apenas mientras su piel se recompone. Cuando saco mi mano, el corte está completamente curado, pero todavía hay una cicatriz por sus costillas.
—Siento lo de la cicatriz —digo.
—Caray—ríe—. Eso fue como E.T. Gracias.
—Es lo último que podía hacer.
Se mueve hacia mi ventana y la abre, inclinándose para salir. Luego se voltea hacia mí, el viento moviendo su cabello, sus ojos verdes llenos de pena y de luz, y alza su mano en son de despedida, y yo alzo la mía.
Nos vemos más tarde —susurra en mi mente, y llama a sus alas.
***
Tomo un baño, hasta que me siento completamente limpia. Luego me siento en mi mesa con mi bata, y me inserto en la difícil tarea de peinarme. Me quedo de pie frente al ropero por un momento, mirando el vestido amarillo que una vez mamá me dio por mi cumpleaños, el que usé la noche en que salí con Peter. Me lo pongo, junto a unas sandalias, y voy al primer piso.
Camino por el pasillo hacia la antigua habitación de mi madre. Mi corazón empieza a latir desaforado, pero no dudo. Quiero verlo. Abro la puerta.
La cama está vacía, las sábanas están encima, de forma desordenada, como si alguien hubiese intentado estirarlas en un apuro. No hay nadie aquí, frunzo el ceño.
Tal vez me demoré mucho en buscarlo. Tal vez ya se fue.
Hasta que huelo algo quemándose.
Encuentro a Peter en la cocina, intentando y fallando en hacer huevos revueltos. Intenta salvar los huevos quemados con una espátula, y en el intento se quema. Empieza a sacudir su mano como si no pudiese apartar el dolor. Yo río y él se voltea de un tirón, aturdido. Sus ojos se amplían.
—¡Mar! —dice.
Mi corazón salta cuando lo ve. Camino hasta él y le quito la espátula de su mano.
—Pensé que tendrías hambre —dice.
—No de eso.
Sonrío y cojo una toalla para secar los platos, cojo la sartén, boto el desastre que había y vuelvo a colocarla en la hornilla.
—Déjame a mí —le digo.
Él asiente. No está usando una camisa, solo un par de pantalones de piyama de mi hermano. Aún así se ve como si fuera un domingo por la mañana. Intento no quedarme mirando su cuerpo, mientras voy a la refrigeradora por más huevos.
—¿Cómo estás? —pregunta—. Stefano me dijo que estabas durmiendo.
—¿Viste a Stefano?
—Sí, estuvo aquí por un rato. Se veía algo distraído. Intento darme un sobre lleno de dinero.
—¿Eh?
—Los de Stanford se creen todo —bromea.
—Estoy bien —digo, respondiendo a su pregunta inicial—. ¿Cómo estás tú?
—Nunca me había sentido mejor —dice.
Dejo de concentrarme en los huevos y poso mi mirada en él. No se ve cambiado. No se ve como ningún profeta.
—¿Qué? —dice—. ¿Tengo un huevo en mi cara?
—Realmente no tengo hambre—digo—. Necesito hablar contigo.
Él traga.
—Por favor, no dejes que esta sea la parte donde me dices qué es lo mejor para mí.
Sacudo mi cabeza y río.
—¿Por qué no te pones un poco más de ropa?
—Esa es una idea genial—dice—. Pero no la encuentro. Supongo que están en la basura, no creo que tengan arreglo. Tal vez podrías llevarme a casa bastante rápido.
—Claro.
Camino hacia él y tomo su mano. Me mira, algo inseguro.
—¿Qué haces? —pregunta.
—¿Confías en mí?
—Por supuesto.
Aprovecho el momento y cubro sus ojos con mis manos. Llamo a la gloria, un círculo de luz cálido a nuestro alrededor. Cierro mis ojos, sonriendo, y nos envío a la granja. A propósito.
—De acuerdo, ya puedes mirar—digo, quitando mis manos mientras la luz se va desvaneciendo.
Peter jadea.
—¿Cómo hiciste eso?
Me encojo de hombros.
—Golpeé tres veces el suelo y dije: No hay lugar como en casa.
—¿Así qué…crees que esta es tu casa? ¿Mi granja?
Su tono es juguetón, pero la mirada que me está dando es completamente seria.
—Pensé que ya lo habías descifrado —digo—. Mi casa eres tú.
Su cara se llena de desconcierto total. Se aclara la garganta.
—Y ya no me siento enfermo con la gloria. ¿Por qué?
—Te contaré todo sobre ello —le prometo—. Más tarde.
—Así qué…—dice—, ¿haberle insertado una espada en el corazón a ese hombre, significa que ya no tienes que escapar?
—No estoy escapando.
Sonríe.
—Esas son las mejores noticias que he escuchado jamás.
Coloca una mano en mi cintura, y me acerca a su cuerpo. Va a besarme.
—¿Así que realmente piensas en todas esas cosas que me dijiste cuando era un hombre muerto?
—Cada palabra.
—¿Podrías decirlo de nuevo? —pregunta—. Mi memoria está algo borrosa.
—¿Qué parte? ¿La parte en que decía que quería quedarme contigo para siempre?
—Sí —murmura, su rostro cerca al mío, su aliento caliente contra mi mejilla.
—¿Cuándo te dije que te amaba?
Retrocede apenas, busca mis ojos.
—Sí. Dilo.
—Te amo.
Toma un profundo respiro.
—Te amo —devuelve—. Te amo, Mar.
Luego su mirada cae a mis labios de nuevo, y se inclina, antes que el resto del mundo simplemente desaparezca.

***

Apenas pueda les traigo el Epílogo!

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