domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Nueve I

Cena y Cine

—Deberías ir de negro —dice Ángela.
Fue difícil pero finalmente logré contarle lo que sabía sobre Juan Cruz y el Séptimo Triplare a Ángela. Ella estuvo sorprendida, por supuesto, pero no hemos vuelto a hablar del tema. Parece que ha decidido preocuparse por ello después, enfocándose en ser Cupido y juntarme con Thiago.
—El negro —dice de nuevo, apuntando el vestido que cuelga de mi mano izquierda.
—Gracias —digo, colgando el otro vestido en el ropero—. ¿Por qué no me sorprende que hayas escogido el negro? —me burlo—. Chica gótica.
Me meto al baño y me pongo el vestido. Es uno corto, sin mangas, y que se ajusta el cuerpo. Ángela tenía razón. Es perfecto para una cita. Luego me acerco al espejo que cuelga en la parte trasera de mi armario y me contemplo, pensando cómo debería llevar el cabello.
—Suelto —dice Ángela—. Él ama tu cabello. Si lo dejas suelto, querrá tocarlo.
Lo hago y a los pocos segundos hay un golpe en la puerta. Corro a abrir. Thiago está en el pasillo, usando un pantalón beige y una camisa azul, con las mangas remangadas. Huele a perfume y a crema de afeitar.
En su mano sostiene rosas blancas.
—Para ti.
—Gracias —digo—. Las pondré en agua.
Me sigo adentro. Busco algo para usarlo como envase, pero sólo encuentro una taza. La lleno de agua y coloco las rosas en mi mesa.
Thiago mira a Ángela sentada en la cama de Wan Chen, escribiendo en su cuaderno.
—Hola Ángela —dice.
—Hola Thi —dice ella, pero no deja de escribir—. Mar dijo que podía quedarme aquí mientras ustedes no estaban. Necesito alejarme de mis compañeras de habitación. Me están tratando como un episodio de MTV de 16 años y Embarazada. Veo que…has traído rosas. Muy lindo.
—Sí, lo intento —dice con una mueca. Luego me mira—. ¿Estás lista?
—Sí. Chau —le digo a Ángela.
—Anda —dice—. Saca tu culo de aquí de una vez —bromea.
Cuando ambos estamos en su camioneta, Thiago coloca la llave del auto, pero éste no lo enciende.
—Esta es una cita —dice.
—En buena hora —digo—, porque me estaba preguntando, el motivo de las flores y todo.
—Y como una cita, hay ciertas reglas.
—De acuerdo —digo, riendo nerviosamente.
—Yo pagaré todas las actividades de esta noche —empieza.
—Pero…
Alza su mano.
—Sé que eres una mujer independiente, moderna y libre. Lo respeto, y entiendo que eres capaz de pagar tu propia comida, pero aún pagaré el cine, y la cena, y lo que sea. ¿De acuerdo?
—Pero…
—Y aunque lo esté pagando, no significa que espero algo de ti. Quiero que te sientas bien esta noche, eso es todo.
Es tan lindo que se está sonrojando.
—De acuerdo. Tú pagarás. ¿Algo más?
—Sí. Me gustaría que no hablemos de ningún tema relacionado a los ángeles, si no te importa. Esta noche simplemente seremos Mar y Thiago, dos estudiantes universitarios en una cita. ¿Qué te parece?
—Me parece bien—digo—. Más que bien, incluso. Suena perfecto.
***
Después del cine, Thiago me lleva a la playa. Cenamos en un restaurante frente al mar y después de la cena, nos quitamos los zapatos y caminamos por la arena. El mar nos golpea gentilmente, y nos reímos, porque he admitido que una película estilo Cenicienta es mi favorita.
—¿Así que, cómo lo estoy haciendo? —pregunta después de un momento.
—La mejor cita —respondo—. Buena película, buena comida, buena compañía.
Toma mi mano. Su poder y el mío se juntan, el calor familiar centellando entre nosotros. Una fría briza se alza y mueve mi cabello. Él me mira por el rabillo del ojo, luego aparta la mirada, hacia el agua, lo que me da la oportunidad de mirarlo. Es incómodo decir que un chico es hermoso, pero él lo es. Su cuerpo es delgado pero fuerte, y se mueve con mucha gracia, como un bailarín. A veces me olvido de lo hermoso que es, de sus ojos verdes, sus cejas serias, sus mejillas, sus labios delgados.
Tiemblo.
—¿Tienes frío? —pregunta y antes que pueda responder, se quita su chaqueta y me la coloca.
Inmediatamente estoy envuelta por su olor. Me hace regresar a la primera vez que usé su chaqueta, la noche del incendio, cuando la colocó sobre mis hombros. Ha pasado como un año desde entonces, pero la visión aún queda en mi mente.
—Gracias —le digo ahora.
—De nada —dice y coge mi mano de nuevo.
No sabe qué más decir. Quiere decirme lo hermosa que soy, cómo lo hago sentir, cómo se siente fuerte conmigo, cómo quiere colocar mi cabello detrás de la oreja y besarme, y tal vez esta vez yo devolverle el beso.
Suelto su mano, debo dejar de leer sus pensamientos.
No importa —me dice en mi mente—. No me importa si ves dentro de mí.
Me quedo sin aliento. Tengo que dejar de ser tan gallina, pienso. No es que le tenga miedo, porque él me hace sentir más segura que nadie. Pero tengo miedo de dejar ir, de dejar que suceda lo que está escrito. Tengo miedo de perderme.
—No te vas a perder —susurra.
¿No lo haré?
No conmigo —dice—. Sabes quién eres. No dejarás que nadie te quite aquello.
Él ama eso de mí. Él ama…
Me acerca a él y me mira a los ojos. Mi corazón retumba con violencia en mi pecho. Cierro mis ojos, y sus labios tocan mi mejilla, cerca a mi oído.
—Mar —dice.
Sé que me va a besar en cualquier segundo, y yo también lo quiero. Pero en ese momento, con sus labios a pulgadas de distancia, veo de pronto la cara de Peter. Los ojos grises de Peter. La boca de Peter a un paso de la mía.
Thiago se detiene, su cuerpo se pone rígido. Ve lo que yo veo. Se aleja.
Abro mis ojos.
—Yo…
—No lo hagas.
Pasa una mano sobre su cabello, se queda mirando el agua.
—Sólo…no lo hagas.
Me odia. Yo también me odiaría.
—No te odio —dice con fiereza. Suspira—. Pero desearía que pudieses olvidarte de él.
—Lo estoy intentando.
—No lo suficiente.
—Lo siento —digo.
Él merece algo mejor que esto.
Sacude su cabeza y empieza a caminar hacia la pista. Voy detrás de él, luchando por ponerme los zapatos mientras camino.
—Espera —digo—. No nos vayamos todavía. Es temprano. Tal vez podemos…
—¿Cuál sería el punto? —interrumpe—. ¿Crees que deberíamos olvidarlo y pretender que esto no sucedió? —Suspira—. Sólo vámonos.
—Iré a casa por mi cuenta —digo, retrocediendo un paso—. Anda tú. Lo siento.
Me mira directamente, sus manos dentro de sus bolsillos.
—No. Yo debo…
Sacudo mi cabeza.
—Buenas noches, Thiago —digo.
Luego cierro mis ojos y llamo a la gloria.
Por supuesto, no termino en Stanford sino en la granja de Peter.

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