domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Cuatro I

Realmente quiero esta hamburguesa

Los días empiezan a pasar de golpe, Octubre llegando a Noviembre. Me quedo atrapada en la universidad, el síndrome del estudio. Voy a clase cinco días a la semana, cinco o seis horas por día. Estudio rigurosamente por dos horas por cada hora que paso en clase. Luego duermo, como, me baño y tengo visiones esporádicas de mí y Thiago escondiéndonos en una habitación oscura. Eso me deja veinte horas para salir en alguna que otra fiesta con mis compañeras, o ir a tomar un café con Thiago un sábado por la tarde, o ir a comprar con mi compañera de habitación, o ir a la playa o al cine o aprender cómo jugar algo. Stefano también me llama de vez en cuando, lo que significa un completo alivio, y hemos estado desayunando casi semanalmente donde mi Mamá solía llevarnos cuando éramos pequeños.
Sigo viendo al cuervo por el campus de la universidad, pero hago lo mejor que puedo para ignorarlo, y mientras más lo veo y nada sucede, me convenzo más a mí misma que si no me vuelvo loca con el tema, todo estará bien. No importa si es un Ala Negra, si es Sam o no. Intento actuar como si todo estuviera normal.
Pero un día, Wan Chen y yo estamos saliendo del edificio de Química cuando escucho que alguien dice mi nombre. Me volteo y veo a un hombre alto en un traje marrón. Un ángel. No hay duda de ello. Tampoco hay duda de que es mi padre.
—Eh…hola —digo, tontamente.
No he escuchado de él ni lo he visto, no desde que mi Mamá falleció. Y encima se aparece de pronto, como por arte de magia.
—Así que eh…Wan Chen…este es mi padre —digo, cuando él se acerca—. Papá, mi compañera de habitación, Wan Chen.
—Encantada de conocerte —dice Papá.
La cara de Wan Chen pierde color y se excusa diciendo que tiene clase antes de alejarse. Papá tiene ese efecto en los humanos.
—¿Viniste en bicicleta? —pregunto, cuando veo que tiene una al lado.
Él ríe.
—No. Esto es para ti. Un regalo de cumpleaños.
Estoy sorprendida. Ni siquiera era mi cumpleaños y ni siquiera puedo recordar algún regalo de Papá en persona. Normalmente enviaba algo extravagante por correo.
—Tu madre arregló los regalos —confiesa—. Sabía lo que tú querrías. También fue la que sugirió esta bicicleta. Dijo que la necesitarías.
—Espera, ¿quieres decir que fue Mamá quién te envió todo esto?
Él asiente y me siento confundida.
—¿Viste a Stefano? —pregunta al cabo de un rato.
—Sí, vino a verme, y me ha llamado un par de veces, básicamente porque creo que él no quiere que lo esté cuidado. Está viviendo cerca de aquí, en algún lugar que no conozco. Mañana iremos a tomar un café. Esa es la única forma en la que puedo pasar tiempo junto a él, ofreciéndole comida gratis. Deberías venir con nosotros.
Papá ni siquiera lo considera.
—Él no querrá hablarme.
—¿Y qué? Es un adolescente. Tú eres su padre —digo—. Deberías hacer que regrese a casa, pienso.
Papá sacude su cabeza.
—No puedo ayudarlo Mar. He visto cada posible versión de lo que podría suceder y él nunca me escucha. Mi interferencia sólo empeorará las cosas. —Se aclara la garganta—. Como sea, yo vine aquí por una razón. Me han dado la tarea de entrenarte.
—¿Entrenarme? ¿Para qué? —digo, con el corazón latiendo con mayor rapidez.
—No sé si sabes esto de mí pero soy un soldado de Dios y manejo muy bien la espada…
—¿La espada? ¿Vas a entrenarme para saber usar una espada? ¿Cómo una espada de fuego?
Pero esa es la visión de Thiago…no la mía.
Papá sacude su cabeza.
—La gente usualmente la confunde con una espada de fuego por la forma en que brilla, pero está hecha de gloria.
—¿Una espada de gloria? ¿Por qué?
Él duda.
—Es parte del plan.
—Ya veo. Así que hay un plan definitivo, involucrándome a mí.
—Sí. ¿Así que estás lista?
—¿Qué, ahora?
—No hay mejor momento que el presente —dice.
Caminamos lentamente hacia el edificio Roble.
—¿Y cómo anda la universidad? —pregunta.
—Bien.
—¿Y cómo está tu amigo?
—¿Cuál? —me parece bizarro que pregunte.
—Ángela —dice—. Ella es la razón por la que viniste aquí, ¿verdad?
—Ah, sí. Ángela está bien, creo.
La verdad es que, no he salido con ella desde el día de la Iglesia, casi tres semanas atrás. La llamé la semana pasada y le pregunté si quería ir al cine conmigo, pero me canceló diciéndome que estaba ocupada. Tampoco está interesada en ir a fiestas o a lecturas de poesía. E incluso en las clases que tenemos juntas, ha estado silenciosa y sin hablar. Últimamente, he visto más a sus compañeras de habitación que a ella. Sin duda algo intenso está sucediendo con ella y me imagino que el tema del número siete la está obsesionando.
Finalmente, Papá me pide que lo lleve a algún lugar donde nadie nos pueda interrumpir y se me ocurre el sótano, donde hay un estudio sin ventanas.
—Así que primero debemos decidir dónde te gustaría entrenar —dice cuando hemos llegado.
—Estoy confundida —digo, mirando alrededor.
—Este es el punto de inicio —dice—. Debes decidir dónde termina.
—De acuerdo. ¿Cuáles son mis opciones?
—Cualquier lugar —dice—. Intenta con un lugar que conozcas bien, dónde puedas sentirte cómoda y relajada.
Eso es fácil. Ni siquiera tengo que pensarlo.
—De acuerdo. Llévame a casa.
—Ahí será.
Papá se coloca en frente de mí.
—Cruzaremos ahora. Y eso significa…—empieza a explicar cuando ve mi cara de confusión —olvidar las reglas del tiempo y espacio en orden de movernos de un lugar al otro rápidamente. El primer paso es la gloria.
Espero a que suceda, pero no pasa nada. Miro a Papá y el asiente con su cabeza.
—¿Qué? ¿Yo lo haré?
—Ya lo has hecho antes.
—Sí, no sabía qué estaba haciendo.
—Ladrillo por ladrillo, querida —dice.
Trago con fuerza y cierro mis ojos. Dejo de pensar, dejo de procesar, sólo me dejo ser. Escucho mi respiración, intento vaciarme, olvidarme de todo porque sólo tengo que alcanzar el lugar silencioso dentro de mí que es parte de la luz.
—Bien —murmura Papá.
Cuando abro los ojos, la luz gloriosa nos está iluminando.
—En este estado —dice—, tienes acceso a todo lo que pidas. Simplemente debes aprender cómo hacerlo. Sólo tienes que creer. Y es así cómo pasas de del cielo a la tierra, y cómo es posible para mí viajar de un lugar de la tierra al otro.
—¿Vas a enseñarme cómo moverme a través del tiempo también? —pregunto, emocionada.
—No —dice, frunciendo el ceño.
—¿No es parte del plan, eh?
Coloca su mano en mi hombro y lo sacude gentilmente.
—Volverás a ver a tu madre, Mar.
—¿Cuándo? —pregunto—. ¿Cuándo muera?
—Cuándo más la necesites —dice.
—Pero por ahora, puedo qué, ¿cruzar hacia dónde quiera ir?
Toma mis manos entre las suyas y me mira a los ojos.
—Sí. Puedes. Una vez que estás conectada con la gloria, debes encontrar la energía del lugar. Debes pensar en ese lugar al que quieres ir. No la ubicación en el mapa, pero sí la vida de ese lugar.
—¿Cómo…el gran árbol en frente del patio de mi casa?
—Eso sería lo ideal —dice—. Alcanza ese árbol, ese poder que está generado por el sol, las ramas estrechándose en la tierra, bebiendo, la vida de las hojas…
Por un minuto estoy hipnotizada por el sonido de su voz. Cierro mis ojos, y puedo verlo todo con claridad: mi árbol, las hojas empezando a cambiar de color y caerse, el movimiento del viento, el susurro del mismo.
—No lo estás imaginando —dice Papá—. Estamos aquí.
Abro mis ojos y jadeo. Estamos en frente de mi patio, debajo del árbol. Así de simple.
Papá suelta mis manos.
—Muy bien.
—¿Esa fui yo, no tú?
—Solamente tú.
—Fue…fácil.
Estoy sorprendida por lo simple que fue, y por más que suene algo imposible, pude atravesar miles de millas en un parpadeo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario