domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Diecisiete

Me volverás a ver

Apenas llegué a casa le conté lo que había sucedido a Thiago. Por supuesto que él no reaccionó bien y dejó en claro que estaba preocupado por mi bienestar. Intenté convencerlo de la idea, pero fue casi inútil; ahora me queda la duda de si él me terminará acompañando o no a encontrarme con Sam. De todos modos, hemos decidido dejar a Joaco con Emi, con ella estará mejor cuidado y evitaremos posible riesgos de esta decisión.
Así que durante la tarde sólo estoy esperando a que sea la noche. Miro mi reloj; tengo horas antes de ir hacia la estación. Antes de ir al infierno.
¿Qué debo hacer? ¿Qué pasa si es mi último día en la Tierra? ¿Qué será lo que más extrañaré?
La respuesta llega a mí como una canción en el viento. Tengo que volar.
El viento está fuerte en la zona por donde estoy volando. Así que me acerco a una montaña y la escalo, fácilmente, pero cansada. Aquí es donde Mamá y yo solíamos venir para pensar y relajarnos. Aquí nos sentábamos y nos sentíamos en paz. Aquí ella me dijo que era un ángel, que era especial, mientras yo me reía y le decía que estaba loca.
Cierro los ojos y pienso en mamá y en tantos recuerdos de ella. Mientras reía, sonreía, o estaba triste. Cuando nos decía lo mucho que nos amaba a mí y a Stefano. Incontables historias, tantas cosas que vivimos.
Cuando abro los ojos, miro hacia el cielo y me quedo sin aliento. Las nubes ya no están, sólo unos cuantas blancas colgando a la distancia. En unos segundos, el cielo se ha aclarado. ¿Qué pasó? ¿Yo hice eso? ¿Disipé la tormenta de alguna manera?
Cualquiera sea la razón, es buena. Ahora puedo volar, incluso si es por unos cuantos minutos. Se siente como un regalo. Estiro mis brazos sobre mi cabeza, y me preparo para llamar a mis alas.
Justo entonces, escucho un sonido debajo de mí, luego el inconfundible sonido de unas zapatillas contra la roca; alguien está escalando la pared de roca. Alguien está subiendo.
Raro. Nunca antes había visto a alguien aquí. Es un sitio público y cualquier persona puede escalarlo, supongo, pero normalmente está desierto. Es difícil de subir.
Bueno, supongo que ya no puedo volar.
Estúpido alguien, pienso. Encuentra tu propio lugar para pensar.
Pero luego la mano de la persona estúpida aparece al borde de la roca, seguida de sus brazos, su rostro, y no es una estúpida persona después de todo.
Es mi madre.
 —Ah, hola —dice—. No sabía que había alguien aquí.
Ella no me conoce. Sus ojos están amplios cuando me ve, pero no de reconocimiento, es de sorpresa. Ella tampoco nunca se ha encontrado con alguien aquí.
Es hermosa, es mi primer pensamiento, y más joven de la que jamás la he visto. Su cabello está ondulado, lleva puesto un jean de color y una blusa azul que muestra un poco de su hombro. Es una chica de los ochenta, y se ve tan saludable, tan llena de vida. Hace que me duela la garganta, que tenga ganas de lanzar mis brazos a su alrededor y nunca dejarla ir.
Me mira incómoda. Me he quedado mirándola fijamente.
—Hola —chillo—. ¿Cómo estás? ¿Es un día lindo, verdad?
Ahora está mirando mi ropa, mi jean ajustado y mi top negro, además de mi cabello suelto. Sus ojos son cautelosos pero curiosos.
—Sí. Hermoso clima.
—Soy Mar —digo, estirando mi mano.
—Majo —responde, tomando mi mano.
Siento su irritación. Este es su lugar, ella quería estar a solas.
Sonrío.
—¿Vienes aquí usualmente?
—Este es mi lugar de pensamiento —dice, en un tono sutil, que me informa que este es su momento ahora y yo debería irme.
—Mío también.
Decide esperar a que me vaya, aunque no lo haré. Se sienta al otro lado y estira sus piernas. Luego alcanza su mochila y saca unos anteojos para ponérselos, luego inclina su cabeza hacia atrás como si estuviera tomando sol. Se queda así durante varios minutos, sus ojos cerrados, hasta que ya no puedo soportarlo más. Tengo que hablarle.
—¿Vives por aquí? —le pregunto.
Frunce el ceño. Abre sus ojos y siento la irritación dando paso a la cautela. No le gusta que las personas le hagan muchas preguntas, que se muestran en lugares inesperados y que son demasiado amistosas.
—Estoy terminando mi primer año en Stanford —suelto—. Aún soy nueva en la zona, así que siempre estoy preguntando a todo el mundo los mejores lugares en donde comer y salir.
—Yo me gradué de Stanford —dice, con la expresión más ligera—. ¿A qué te vas a dedicar?
—Biología —digo, nerviosa de saber qué pensará sobre eso.
—Yo tengo un grado en enfermería —dice—. A veces es un camino difícil, hacer que las personas se sientan mejor, arreglarlas, pero también es reconfortante.
Hablamos durante un rato, sobre la universidad, sobre California y qué playas son las mejores. A los cinco minutos ya están actuando mucho más amistosa, aún queriendo que me vaya, pero también sorprendida por mis chistes, curiosa de mí, encantada. Le gusto, puedo decirlo. Mamá gusta de mí, incluso si ella no sabe que debe amarme. Estoy aliviada.
—Así qué….¿Por qué viniste aquí?
—Se supone que debo ir a…un viaje, a ayudar a una amiga que está en un sitio malo.
Ella asiente.
—Y no quieres ir.
—Sí quiero. Ella me necesita. Pero tengo el presentimiento de que si voy, nunca seré capaz de realmente regresar. Todo cambiará.
—Ah. —Me mira intensamente a la cara, viendo algo ahí—. Y hay un chico al que estás dejando atrás.
—Algo así.
—El amor es una cosa esplendorosa —dice—. Pero también es un dolor en el culo.
Suelto una risa. Ella maldice; nunca la había escuchado maldecir antes.
—Suena como la voz de la experiencia —digo, bromeando—. ¿Viniste aquí a pensar sobre eso? ¿Sobre un hombre?
—Una propuesta de matrimonio.
—¡Caray! —exclamo y ella ríe—. Eso es serio.
—Sí —murmura—. Lo es.
—¿Así que te lo pidió?
Mierda. Debe estar hablando de Papá. Está aquí, tratando de decidir si casarse o no con papá.
—Anoche.
—¿Y tú dijiste…?
—Dije que necesitaba pensarlo. Y él dijo que si quería casarme con él, encontrarlo ahora. A la hora de la puesta del sol.
Doy un leve silbido y ella sonríe.
—¿Así que te estás inclinando por un sí o un no?
—Hacia el no, creo.
—¿No…amas al chico? —pregunto, de pronto sin aliento.
Baja la mirada hacia sus manos, hacia el dedo con el anillo.
—No es que no lo ame. Pero no creo que me lo esté pidiendo por las razones correctas.
—Déjame adivinar. Tienes dinero y él quiere casarse contigo por eso.
Da un pequeño bufido.
—No. Quiere casarse conmigo porque quiere que tenga su hijo.
Hijo, singular. Porque no sabe que Stefano está en el plan.
—¿No quieres hijos? —pregunto, mi voz más alta de lo usual.
Sacude su cabeza.
—Me gustan los niños, pero no creo que quiera propios. Me preocupo mucho. No quiero amar a alguien tanto y luego que me lo quiten.
Mira hacia el valle, avergonzada de lo mucho que ha dicho sobre ella.
—No sé si podré ser feliz en esa vida. Esposa. Mamá. No es para mí.
Hay un silencio por un minuto mientras intento pensar en algo inteligente por decir, y milagrosamente, lo encuentro.
—Tal vez no deberías mirarlo en términos de si serás feliz o no siendo la esposa de esta persona, pero si siéndolo hará que seas tú misma. Muchas veces, ser feliz viene de estar contento con lo que tenemos, y aceptarnos a nosotros mismos.
—¿Cuántos años tienes? —dice, mirándome.
—Dieciocho. Por ahí. ¿Tú? —pregunto con una sonrisa, porque ya sé la respuesta, ya hice el cálculo.
—Mayor que eso. —Suspira—. No quiero volverme alguien más simplemente porque es lo que se espera de mí.
—Entonces no lo hagas. Sé más.
—¿Por dijiste?
—Sé más de lo que es esperado de ti. Mira más allá. Escoge tu propio propósito.
Ante la última palabra, sus ojos se entrecierran.
—¿Quién eres?
—Mar —respondo—. Te lo dije.
—No. —Se pone de pie y camina hacia el borde de la roca—. ¿Quién eres realmente?
Me pongo de pie y la miro, encontrando sus ojos. Momento de mostrarme, pienso. Trago.
—Soy tu hija —digo—. Sí, es algo raro verte también —continúo, mientras su cara se pone blanca—. ¿Qué fecha estamos? Quiero saber desde que vi tu ropa.
—Diez de Julio —dice, mareada—. 1989. ¿A qué estás jugando? ¿Quién te mandó?
—Nadie. Supongo que te estaba extrañando, y entonces crucé por el tiempo por accidente. Papá dijo que te vería de nuevo, cuando más lo necesitara. Supongo que se refirió a esto. —Doy un paso hacia adelante—. Realmente soy tu hija.
Sacude su cabeza.
—Deja de decir eso. No es posible.
Me encojo de hombros.
—Y sin embargo, aquí estoy.
—No —dice, pero veo que me está examinando—. Esto es un truco.
—¿Sí? ¿Y de qué va?
—Quieres que…
—¿Te cases con Papá? ¿Crees que él, mi padre, un ángel del Señor y todo eso, quiere atraparte en este casamiento en el que no quieres involucrarte? —Suspiro—. Mira, sé que esto es surreal. También se siente extraño para mí. Pero realmente no me importa; estoy muy contenta de verte. Te extraño mucho. Tanto. —Tomo un paso hacia ella.
—No —dice.
—No sé cómo convencerte. —Me detengo y pienso en ello—. Tenemos las mismas manos. Mira. Exactamente iguales. Y también tengo esta enorme vena que corre sobre la mano derecha, que creo que se ve rara, pero tú también la tienes.
Mira mis manos.
—Creo que debería sentarme —dice y cae pesadamente sobre la roca.
Yo me siento a su lado.
—Mar —susurra—. ¿Cuál es tu apellido?
—Esposito.
—Me gusta el nombre Mar.
—Bueno —digo, porque el sol ya está en el horizonte—, no quiero presionarte ni nada, pero creo que deberías casarte con él.
Ríe débilmente.
—Él te ama. No por mí. O porque Dios le dijo. Por ti.
—Pero no sé cómo ser una madre —murmura—. Fui criada en un orfanato. Nunca tuve una madre. ¿Soy buena?
—Eres la mejor. En serio, y no lo digo porque quiero convencerte, sino porque es en serio. Todos mis amigos están celosos de lo maravillosa que eres. Pones a todas las mamás en vergüenza.
—Pero moriré antes que tú crezca.
—Sí. Y eso apesta. Pero no te cambiaría por nadie que viva por cientos de años.
—No estaré ahí para ti.
Coloco mis manos sobre las de ella.
—Estás aquí ahora.
Asiente ligeramente y traga. Voltea mi cabeza y la examina.
—Increíble —dice.
—¿Lo sé, verdad?
—Así que cuéntame de tu vida. Cuéntame sobre este viaje.
Me muerdo el labio. Me preocupa contarle mucho sobre el futuro, pensando que puede cambiar algo del presente. Pero finalmente le cuento sobre mis visiones, sobre Thiago y el incendio, el cementerio, el beso. Le cuento sobre Stefano, lo que la aturde porque nunca consideró tener más de un hijo.
Y finalmente le cuento sobre Ángela, Camilo y Joaco, y lo que sucedió.
—¿Entonces, qué es lo que tienes que hacer pasa salvarla? —pregunta.
—Hacer un pacto con el diablo.
—¿Qué diablo?
—Samjeeza.
Salta como si la hubiera golpeado.
—¿Lo conoces?
—Se considera un amigo de la familia.
—¿Qué desea?
—Una historia. Sobre ti. No sé por qué realmente. Está obsesionado contigo.
—¿Qué clase de historia?
—Una memoria. Algo donde pueda imaginarte viva. Necesito una historia pero no puedo pensar en una lo suficientemente buena.
—Te daré una historia —dice—. Algo que él querrá escuchar.
Toma un gran respiro y mira hacia los árboles debajo de nosotras.
—Como dije antes, una vez fui enfermera, durante la Gran Guerra, trabajaba en un hospital en Francia, y un día conocí a un periodista. Nos volvimos amigos, en realidad más que amigos. Al principio pensaba que sólo era un juego para él, ver si me podía ganar, pero mientras pasaba el tiempo se volvió….más. Para ambos.
Se detiene, sus ojos escaneando el horizonte.
—Luego una noche el hospital fue bombardeado. Todo estaba en llamas. Todos…. —Cierra sus ojos brevemente, luego los abre de nuevo—. Muertos. Intenté salir de ahí, y luego Sam llegó en un caballo, dijo mi nombre y me ayudó a escapar. Me llevó lejos de ahí. Pasamos la noche en un viejo establo. Me dio un poco de agua y me lavó. Luego me besó.
Beso en un establo. Debe ser algo genético. Tucker.
—Me había besado antes —continúa mamá—, pero después de esa noche fue diferente, de algún modo, las cosas cambiaron. Hablamos hasta que salió el sol. Finalmente me admitió lo que él era. Yo ya había adivinado que era un ángel, cuando recién nos conocimos. Así que lo intenté ignorar porque no quería nada con los ángeles. Y aún peor cuando me confesó que era un ángel caído y que había intentado seducirme porque los Observadores querían mi sangre. Así que estaba furiosa. Le lancé una bofetada. Él cogió mi muñeca y  me pidió que lo perdonara, me dijo que me amaba. Me preguntó si yo también lo hacía.
Se detiene de nuevo, abrumada por la historia.
—Pero mentí. Le dije que nunca podría quererlo. Le dije que no quería volver a verlo y él me miró por un largo tiempo hasta que desapareció. Nunca le conté a nadie sobre esa noche. Tu padre lo sabe, creo, de la forma en que lo sabe todo, pero nunca he hablado de ello hasta ahora.
—Así que sí te importaba —le digo.
—Lo amaba —susurra—. Era mi sol y mi luna. Estaba loca por él. Pero eso fue hace mucho.
—También sé que amas a Papá. Lo aaamasss. Lo sé.
Ella ríe.
—Muy bien, muy bien. Me casaré con él. No puedo rechazarlo ahora, ¿verdad?
De pronto jadea.
—Tengo que irme —dice, poniéndose de pie de un salto—. Se supone que debo encontrarme con él.
—En la playa de Santa Cruz —digo.
—¿Te lo conté? ¿Qué le digo?
—Sólo lo besas. Ahora anda antes que estés tarde y yo deje de existir.
Se mueve hacia el borde de la roca y llama sus alas. Estoy sorprendida de lo grises que son, cuando normalmente son blancas. Aún así son hermosas.
—Ve —digo, cuando veo que duda.
Hay lágrimas en sus ojos.
No quiero dejarte —dice en mi mente.
No te preocupes Mamá —respondo—. Me verás de nuevo.
Ella sonríe y acaricia mi mejilla, luego se voltea para irse, hacia donde mi padre la está esperando.

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