domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Veinte II

Pero eso no es todo —dice una pequeña voz en mi cabeza. La mía—. Luchaste por protegerlo. Te sacrificaste, tu propia alma, así él pudiese vivir. Lo amas.
J. Cruz hace un sonido. Lo empujo lejos de mí, el peso de sus alas pesado a mí alrededor, y lucho por ver algo distinto a la negrura. Su boca se abre, jadeando como si le faltara aire, y aún hace ese sonido en la parte de atrás de su garganta.
—¿Padre? —pregunta Martina.
Él se tambalea, llevándome con él. Sus alas me sueltan, y es ahí cuando veo mi espada de gloria enterrada en su pecho. Alrededor de su herida, se ve la carne, que quema, de la forma en que hizo la oreja de Sam hace tanto tiempo.
La boca de J. Cruz se abre y se cierra, pero ninguna palabra sale. La luz de mi espada se está enterrando en él. Me mira como si no me reconociera, sus manos sostienen mis hombros, pero de pronto está débil y yo soy muy, muy fuerte.
Empujo la espada más al fondo.
Él grita, luego, una explosión de agonía golpea las paredes y hace que todos se tapen los oídos. Humo sale de J. Cruz mientras se inclina contra mí, y quiero alejarme de él. Mis dientes se juntan mientras saco la espada de su cuerpo. Doy un paso atrás. Él cae de rodillas, y mi brazo se mueve hacia su ala, cortándola y haciéndola explosionar en un cúmulo de plumas y humo.
J. Cruz parece no notarlo. Su mano aún está en su corazón, y de pronto alza sus brazos al cielo como una especie de ruego silencioso.
—Perdóname —dice, y luego cae de cara en el sucio suelo de la granja, antes de desaparecer.
Nadie habla. Hago una reverencia con mi cabeza por un minuto, mi cabello cayendo salvajemente sobre mi rostro, el calor de la gloria aún moviéndose a través de mí. Luego alzo la mirada hacia Martina. Aún está agarrando con fuerza a Peter, su rostro lleno de horror.
—Suéltalo —digo.
Ella lo acerca más.
—Retrocede —dice, apuntando con su espada.
—Suéltalo —digo con mayor firmeza.
—Martina —dice Stefano, gentilmente, dando un paso hacia adelante.
Thiago ha soltado su círculo de gloria y la granja está en completa oscuridad.
—No —dice Martina.
Me mira, con lágrimas en los ojos.
—Tú. Me has quitado todo.
—Martina —insiste Stefano—, baja la espada.
—¡No! —grita—. ¡Retrocede!
Alzo la espada, amenazándola, y ella tiembla. Sus alas se abren inmediatamente, y alza a Peter sin esfuerzo, con un brazo al frente de su chaqueta, y sus alas batiendo furiosamente, cargándolo hacia arriba, y rompiendo la ventana del techo. Todos los cubrimos el rostro con un brazo para evitar que los vidrios caigan en nuestro cuerpo, y cuando alzo la mirada de nuevo, ella ya se ha ido.
Mi gloria se desvanece. Se ha llevado a Peter.
Sin decir una palabra, estoy detrás de ellos. Me detengo en el aire, mirando desde lo alto, buscándola. Escucho la voz de Thiago en algún lado detrás de mí, diciéndome que lo espere, que iremos juntos, pero no puedo esperar. Veo un punto a la distancia y sé que es ella, así que la sigo, volando con más fuerza y más rápido. Vuelo y vuelo, siguiéndola, hacia lo alto, donde el aire se pone delgado y frío. Y me doy cuenta que está volando en cualquier dirección, no sabe a dónde ir, simplemente está asustada.
En minutos estamos en un Parque Nacional, con el Lago de la Ciudad apareciendo debajo de nosotras como un espejo contra la tierra. Martina se alza hacia el cielo, hacia lo más alto y me pregunto qué planea. El aire es muy delgado y mi garganta se siente seca con cada respiro que tomo, mis pulmones buscan oxígeno.
¡Detente! —le grito.
Ella disminuye la velocidad y jadea, sus alas estás cansadas al igual que ella.
—Suficiente —jadea cuando estoy a unos pasos de ella.
Se voltea hacia mí en el aire, con Peter a su lado, brazos y piernas colgando, su cabeza hacia abajo. Estamos tan arriba que me preocupa que no pueda respirar a esta altura. Me preocupa que le haya enterrado su espada.
—Dámelo —digo.
Sonríe ligeramente, irónicamente.
—Entonces ven y tómalo—suelta.
La espada de lamento sonando a través del aire me atrapa fuera de combate. Es un mal lanzamiento pero golpea mi hombro y parte de mi ala izquierda. El dolor es intenso, la clase de dolor que hace lenta la mente, así que me toma unos cuantos segundos darme cuenta de lo que ha hecho.
Se está alejando de mí y Peter está cayendo, hacia abajo. Hacia abajo está cayendo. Hacia el lago, tan debajo de nosotros.
Me olvido de Martina. Sólo está Peter y desde el momento en que salgo a su rescate sé que no voy a poder atraparlo. Lo intento, me empujo contra el aire, pero él está demasiado lejos de mí.
Es terrible, aquellos pocos segundos, la forma en que se voltea una y otra vez en el aire mientras cae, como si fuera un baile, con los ojos cerrados, sus labios apenas apartados, su cabello golpeando su rostro.
Y luego, cae contra el agua, golpeando con fuerza.
Escucharé aquel sonido en mis pesadillas por el resto de mi vida. Cae contra su espalda, golpea la tierra con tanta fuerza y tanta rapidez, que puede haber golpeado el concreto. Yo golpeo el agua momentos después. El agua me envuelve, y se siente tan helada como si un cuchillo se estuviera enterrando dentro de mí, quitando el aire de mis pulmones. Me alzo hacia a la superficie, buscando aire. No hay señales de Peter. Busco en el agua frenéticamente, rezando por una señal, por burbujas, algo que me dé una idea de en donde buscar, pero no hay nada.
Buceo. El agua es profunda y oscura. Sigo nadando, con mis ojos amplios.  Tengo que encontrarlo.
Empujo profundamente, volteo hacia la otra dirección. Mis pulmones piden aire pero lo niego. Buceo más al fondo, buscándolo, y cuando estoy por rendirme e ir por más aire, mis dedos atrapan su bota.
Me toma un tiempo agonizante sacarlo a la superficie, luego a la orilla, luego fuera del agua. Grito por ayuda con todo lo que puedo, luego caigo de rodillas a su lado y coloco mi oreja en su pecho.
Su corazón no está latiendo. No está respirando. Nunca aprendí a hacer resucitación, pero lo he visto en televisión. Pero lo intento, llorando frenéticamente, tratando de apartar mis sollozos y darle aire por la boca. Presiono su pecho y escucho que se rompe un hueso, lo que me hace llorar con más fuerza, pero sigo haciendo compresiones, deseando que su corazón lata de nuevo. Puedo sentir que ya está bastante herido, tantos huesos rotos, órganos dentro de él heridos, tal vez lejos de cualquier arreglo. Sangrando por dentro.
—¡Ayuda! —grito de nuevo.
Y, luego, estúpidamente recuerdo que soy más que una chica humana y que tengo el poder de curar, pero estoy tan asustada que me toma unos cuantos intentos llamar a la gloria. Me inclino sobre él, la gloria brillando a través de mí en la orilla. No me importa que alguien me vea, sólo me importa Peter. Coloco mis manos brillantes en su cuerpo y estrecho mi cuerpo contra el de él, mi mejilla contra la suya, mis brazos a su alrededor, cubriéndolo con mi calidez, mi energía, mi luz.
Pero no respira. Mi gloria se desvanece con mi esperanza.

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