domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Dieciocho I

Tren hacia el sur

Dos minutos para la medianoche.
Esta vez en realidad.
La visión no me había preparado para este momento. Sentía como si fuera a saltar fuera de mi piel. Sentía cada tic del reloj como una carga eléctrica pulsando dentro de mí una y otra vez.
El tren hacia el norte viene y regresa. Sam llega, sube al poste y me hace un sonido.
Pero Thiago no está aquí.
Volteo en un lento círculo, buscándolo, mis ojos viajando en cada espacio vacío, cada sombra, esperando encontrarlo, pero él no está aquí.
No va a venir.
Por un minuto pienso que mi miedo va a comerme.
—Caw —dice el cuervo impaciente.
Es la medianoche. Tengo que irme, con o sin él.
Enfrento el estrecho de pavimento que me llevará por los rieles. Con un paso a la vez y mi corazón latiendo desaforado, cruzo los rieles.
Al otro lado, Sam se convierte en hombre. Se ve satisfecho consigo mismo, emocionado. Mi piel pica al verlo.
—Una linda noche para un viaje. —Mira alrededor—. Te dije que traigas un amigo.
—¿Tienes algún amigo que iría al infierno por ti? —pregunto, intentando evitar que mi labio inferior tiemble.
—No.
Él no tiene amigos, no tiene a nadie.
—Esto no funcionará si no hay alguien que te haga aterrizar.
—Tú podrías hacerlo —digo, alzando mi mentón.
La esquina de su boca se alza. Se inclina hacia adelante, sin tocarme pero lo suficientemente cerca para envolverme con su pena. Es una agonía profunda, como si todo lo hermoso en este mundo hubiera muerto, se hubiera destrozado en mis manos. No puedo respirar, no puedo pensar.
—¿Acaso te quieres quedar con esto dentro de ti? —pregunta.
Retrocedo un paso y jadeo cuando recupero mi aliento.
—No. —Me encojo de hombro.
—Eso pensaba —dice—. Ah, bueno. —Mira hacia los rieles, donde a la distancia puedo escuchar el suave susurro de un tren aproximándose—. Probablemente sea lo mejor.
—¡Espera!
Me volteo para ver a Thiago corriendo por los rieles, llevando su chaqueta negra y jean del mismo color, sus ojos amplios.
—¡Estoy aquí! —dice gritando.
Me quedo sin aliento de golpe. No puedo evitar sonreír. Él llega hasta mi y me abraza, mientras nos disculpamos entre los dos.
Sam se aclara la garganta y nos apartamos uno del otro antes de voltearnos hacia él. Él inclina su cabeza hacia Thiago.
—¿Quién es él? —pregunta—. Lo he visto contigo como si fuera un perrito guardián. ¿Él es un Nephil?
Thiago inhala duramente. Nunca antes ha visto a Sam, nunca ha estado así de cerca a un Ala Negra.
—Es un amigo —digo, cogiendo la mano de Thiago.
Inmediatamente me siento más fuerte, más equilibrada, más enfocada. Podemos hacer esto.
—Dijiste que necesitaba a un amigo, y aquí está. Así que ahora llévanos donde Ángela.
—Creo que te estás olvidando de algo… —dice Sam—. ¿El pago?
—No me olvidé. Tengo una historia. Pero te la mostraré.
Con mi mano libre toco la mejilla de Sam, la cual está suave y fría, inhumana. Su pena me abruma, haciendo que Thiago jadee, mientras ésta pasa de mí hacia él, pero yo lucho contra ésta, apretando la mano de Thiago y enfocándome en la hora que pasé con mi madre. Le enseño todo ese momento a Sam, su voz contándome la historia, el viento volando su cabello, la forma en que ella se sintió al contármelo, la suavidad de su mano contra la mía, y finalmente las palabras: Mentí. Lo amaba.
Sam se estremece. Es más de lo que esperaba. Lo siento empezando a temblar debajo de mi mano. Retrocedo un paso y lo suelto.
Esperamos a ver qué hará. El tren se está acercando a la estación. Los ojos de Sam están cerrados, su cuerpo absolutamente rígido.
—Sam… —suelto—, deberíamos irnos.
Abre sus ojos. Sus cejas están unidas, como si estuviera adolorido. Nos mira a mí y a Thiago como si no supiera qué hacer con nosotros. Como si tuviera segundos pensamientos.
—¿Estás absolutamente segura que tienes que quieres hacer esto? —pregunta, con voz estrangulada—. Una vez que subas a este tren particular, ya no hay vuelta atrás.
—¿Por qué tenemos que tomar un tren? —pregunta Thiago impulsivamente—. ¿No nos puedes llevar ahí de la manera en que llevaste a Mar y a su madre con anterioridad?
Sam parece ganar un poco de su equilibrio.
—Eso implicaría que gaste energía y podría llamar la atención de lo que estoy haciendo. Ustedes deben ir de la forma común en que lo hacen los malditos de este mundo.
—De acuerdo —dice Thiago—. Entonces será en el tren.
¿Estás seguro? —le pregunto silenciosamente, mirándolo a los ojos.
Iré a donde tu vayas.
—Estamos listos —le digo a Sam.
Él asiente.
—Escúchenme atentamente. Los llevaré donde su amiga, donde he acordado que esté a una hora determinada. Deben convencerla de irse con ustedes.
—¿Convencerla? —interrumpe Thiago—. ¿No estará ansiosa de salir de ahí?
—No hables con nadie más, sólo con ella —dice Sam, ignorando a Thiago.
—Ningún problema.
—Nadie más —repite con dureza—. Mantengan sus cabezas bajas. No miren a nadie a los ojos. —Se voltea hacia Thiago—. Intenta mantener contacto físico con tu amiga, pero cualquier signo extraño de afecto o conexión entre ustedes será notado, y ustedes no quieren ser notados. Manténgase cerca a mí, pero no me toquen. No me miren directamente. No me hablen en público. Deben hacer exactamente lo que les digo, cuando se los digo, sin preguntas. ¿Entienden?
Asiento.
El tren se detiene. Sam toma dos monedas doradas de su bolsillo y las deja en mi mano.
—Para el pasaje. —Le paso una a Thiago—. Tu cabello —dice, y sube la capucha.
Las puertas se abren. Me acerco a Thiago, de tal manera que nuestros hombros se tocan. Juntos seguimos a Sam hacia los asientos. Las puertas se cierran. Ya no hay marcha atrás.
Esto es.
Estamos yendo al infierno.

No hay comentarios:

Publicar un comentario