domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Once II

Stefano no me llama después de eso, ¿pero qué esperaba? Pienso en regresar a la pizzería y disculparme, pero algo me dice (eso tiene nombre: Thiago), que probablemente arruiné aún más las cosas. Deja que se calme, dice Thiago. Cálmate tú también.
Thiago y yo milagrosamente hemos regresado a la normalidad, a nuestras conversaciones profundas mientras tomamos cafés, volviendo a trotar por las mañanas, riendo y divirtiéndonos como antes de nuestra cita. Bueno, casi cita. Siempre hay este momento al final de nuestras salidas, cuando nos despedimos, donde sé que quiere volverme a pedir para salir. Volverlo a intentar. Porque piensa que es parte de su propósito.
Pero ha decidido que yo haga la primera movida está vez. La pelota está en mi cancha. Y no sé si estoy lista.
Lo que nos trae a finales de Marzo, y unos cuantos días antes de nuestras vacaciones de invierno. Estoy por sentarle en mi clase de literatura, cuando me llega un mensaje.
Rompí bolsa. NO vengas al hospital. Te llamaré más tarde.
Ángela ya está por dar a luz.
Me cuesta bastante concentrarme durante la clase, especialmente desde que estamos dando el examen final. Sigo pensando en su rostro cuando me dijo que no sabía como ser una madre, su cara después que Camilo la dejó sola. Cuando hablo con ella, siempre la noto cansada, pero ella afirma que está bien. Pero yo sé que ella cree que su vida está arruinada. Su propósito ha finalizado, ha sido irrelevante. Está perdida.
Una hora después, estoy mordiéndome las uñas, esperando alguna noticia más de Ángela, cuando Thiago toca mi puerta.
—Oye, terminé con mi último examen. ¿Quieres ir a celebrar? —pregunta.
—¡Ángela está por dar a luz! —exploto.
Casi río con su mirada de sorpresa y aturdimiento.
—Me mandó un texto hace unas cuantas horas atrás, y no sé si ya ha dado a luz o no. Me dijo que no vaya al hospital hasta que me llamara, pero…
—¿Irás de todos modos, verdad?
—Me quedaré en la sala de espera, o algo, pero sí. Quiero ir.
Me pongo un abrigo para el frío.
—¿Quieres venir conmigo?
—¿Quieres decir que nos llevarás a los dos hasta allá? ¿Puedes hacer eso?
—No lo sé. Nunca he intentando llevar a alguien conmigo.
Extiendo mi mano hacia él.
—Aunque Papá lo hace. ¿Quieres probar?
Duda.
—La sala de espera. No su habitación —enfatizo.
—De acuerdo.
Toma mi mano, y mi sangre hierve con nuestro poder compartido y la anticipación que estoy sintiendo.
—De acuerdo, dame tu otra mano.
Lo enfrento, con nuestras manos juntas. Él jadea cuando llamo a la gloria.
—¿Tan fácil es para ti?
—¿La gloria? Me está costando cada vez menos. ¿A ti?
Mira sus pies y me da una media sonrisa avergonzada.
—No es tan fácil. Puedo hacerlo, pero usualmente me toma un tiempo. Pero no puedo cruzar.
—Bueno, la gloria es más fácil cuando estoy contigo —digo—. Vayamos.
Cierro mis ojos, pienso en el jardín de mi casa, los árboles, el sonido de nuestros alrededores. La luz a nuestro alrededor se intensifica, rojo detrás de mis párpados. Luego se desvanece.
Ya no estoy sosteniendo la mano de Thiago.
Abro mis ojos.
La granja de Peter.
Mierda, tal vez fue bueno que Thiago no haya llegado. Saco mi celular.
Lo siento, le escribo un texto. ¿Quieres probar de nuevo? Puedo volver.
Está bien. Llegaré de la forma tradicional. Te veo en un par de día. Saluda a Ángela por mí.
Alzo la mirada y veo a Peter mirándome directamente desde el henil.
Me voy antes que tenga tiempo de saludar.
Encuentro a Ángela en recuperación, vestida con una bata de hospital, mirando hacia la ventana. El bebé está a unos pasos, en una cápsula de plástico, envuelto en una sábana, como si fuera un burrito durmiente. Joaquín, dice la tarjeta pegada en la cápsula.
—Es adorable —le susurro a Ángela—. ¿Por qué no me mandaste un texto?
—Estaba ocupada —dice, y hay un hueco en su voz que hace que mi corazón salte.
Me siento en una silla, cerca a su cama.
—¿Todo fue bien?
Se encoge de hombros.
—Fue humillante, y aterrador, y dolió. Pero sobreviví. Dicen que puedo irme a casa mañana. Nosotros, quiero decir. Podemos ir a casa.
Se queda mirando por la ventana de nuevo.
—Bien —digo—. ¿Necesitas que…?
—Mi mamá puede ayudarme. Ha salido a comprar cosas. Ella me ayudará.
—Yo también lo haré —digo—. En serio. He terminado con mis exámenes. Tengo como dos semanas libres.
Me inclino y coloco una mano sobre la suya.
—No sé nada sobre bebés, pero estoy aquí para ti, ¿de acuerdo? —jadeo.
Aparta su mano, pero sus ojos se suavizan apenas.
—Gracias Mar.

No hay comentarios:

Publicar un comentario