domingo, 4 de mayo de 2014

Sin Límites: Uno II

Mar.
Escucho la voz en mi cabeza, diciendo mi nombre, antes de escucharla en voz alta. Estoy en la plaza de la Universidad de Stanford, en medio de más de quinientos alumnos de primer año y sus padres, pero los escucho alto y claro. Empujo entre la multitud, buscando su cabello desordenado, sus ojos verdes. De pronto, la gente se aparta de mí y lo veo, como a veinte pasos de mí, dándome la espalda. Como siempre. Y, como siempre, es como si las campanas sonaran dentro de mí, reconociéndolo.
— ¡Thiago! —lo llamo.
Él se voltea. Nos movemos entre la multitud para encontrarnos. En un destello de tiempo, estoy a su lado, sonriéndole, casi riendo porque se siente muy bien el estar juntos después de tanto tiempo.
—  Oye —dice—. Gracioso el encontrarte aquí.
— Sí, gracioso.
No se me ocurre hasta este preciso minuto, lo mucho que lo he extrañado. Estaba tan ocupada extrañando a otras personas, a mi madre, Stefano, Peter, Papá, atrapada en todo lo que dejé atrás. Pero ahora…es como si una parte de ti dejara de doler y de pronto eres tú misma de nuevo, saludable y completa, y sólo ahí te das cuenta que has estado llena de dolor por un tiempo. He extrañado su voz en mi cabeza, en mis oídos. He extrañado su cara, su sonrisa.
— Yo también te he extrañado —dice, inclinándose para decirlo en mi oído, así lo puedo escuchar sobre la multitud de voces.
Su aliento contra mi cuello hace que tiemble. Retrocedo incómoda, de pronto consciente de todo.
— ¿Cómo estuvo tus vacaciones? —es todo lo que se me ocurre preguntar.
Su tío siempre lo lleva a las montañas durante el verano, pasa todo este tiempo entrenando, lejos del Internet y de la Televisión y de otras distracciones. Lo hace practicar llamando a la gloria, y todas estas habilidades de ángeles.
— La misma rutina de siempre —dice—. Mi tío ha estado más intenso este año, si es que puedes creer eso. Me hizo trabajar como un perro.
— ¿Por qué?
Sus ojos se ponen serios.
— Te digo después, ¿de acuerdo? —dice en mi mente—. ¿Cómo estuvo Italia? —me pregunta en voz alta.
— Interesante —digo.
Ángela escoge ese momento para aparecer a mi lado.
— Hola Thi —dice, alzando su mentón en son de saludo—. ¿Cómo te va?
Él hace un gesto a la multitud de alumnos de primer año.
— Creo que la realidad finalmente está empezando a establecerse.
— Sé a lo que te refieres —dice ella—. Tuve que pincharme para realmente creerme que estaba aquí. ¿En qué habitación estás?
— Cedro.
— Mar y yo estamos en Roble. Creo que eso está al otro lado del campus.
— Lo está —dice él—. Lo chequeé.
Está contento de haber terminado al otro lado del campus, lo entiendo mientras lo miro. Porque él piensa que puede que a mí no me guste que siempre esté cerca, cogiendo pensamientos aleatorios de mi cabeza. Quiere darme algo de espacio.
Le mando un equivalente mental de un abrazo, lo que lo sorprende.
— ¿Por qué fue eso? —pregunta.
— Necesitamos bicicletas —dice Ángela—. Este campus es muy grande. Todos tienen bicicletas.
— Porque estoy contenta que estés aquí —le digo a Thiago.
— Estoy contento de estar aquí.
— Estoy contenta que estés contento de estar aquí.
Sonreímos.
— Oye, ¿ustedes dos están haciendo esa cosa mental? —pregunta Ángela—. Porque es tan molestoso —piensa.
Thiago ríe.
— ¿Desde cuándo habla por telepatía?
— Desde que le he estado enseñando. Fue algo que hicimos en el viaje de once horas.
— ¿Realmente crees que es una buena idea? Ella ya es lo suficientemente gritona… —bromea, pero sé que en el fondo le incomoda que Ángela forme parte de nuestras conversaciones secretas.
— Hasta ahora, no ha sido capaz de recibir, de escuchar los pensamientos en su mente —le digo, para calmarlo—. Sólo puede transmitir.
— Así que puede hablar, pero no escuchar. Qué apropiado.
— Molestoso —dice Ángela, cruzando su brazo sobre su pecho y mirándolo.
Ambos reímos.
— Lo siento Angie. —Deslizo un brazo alrededor de ella—. Thiago y yo tenemos un montón con lo que ponernos al día.
— Bueno, creo que es rudo —dice.
— Está bien, está bien. Ya no más conversaciones mentales. Lo entiendo.
— Al menos no hasta que aprenda cómo hacerlo. Qué será pronto. He estado practicando —dice ella.
— Sin duda —dice él.
Capto la risa en sus ojos, y aguanto la sonrisa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario